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    Thomas Bechtler, la mirada total

    Thomas W. Bechtler, es uno de los fijos en la lista de los 200 coleccionistas más poderosos del mundo que elabora ARTnews. Miembro de una saga de empresarios filántropos (fundadores del Bechtler Museum of Modern Art en Carolina del Norte, Estados Unidos) se le “inoculó” el veneno del arte en la niñez, pues no solo tuvo el privilegio de crecer rodeado de algunas de las obras más famosas del siglo XX sino que trató a muchos de sus autores, como Giacometti, Tinguely o Niki de Saint Phalle. Vanessa García-Osuna

    ¿Cuál fue su primera experiencia con el arte? Tuve la suerte de crecer en una familia donde coleccionar arte era una tradición. Mi padre coleccionaba escultura contemporánea y muchas de las piezas más icónicas del siglo XX estaban en su colección. Los artistas representados que aún vivían solían visitarnos con frecuencia. Así que me crié en un entorno muy estimulante.

    ¿Qué le impulsó a coleccionar? Fue un paso natural que yo continuara con la tradición familiar. Cuando tenía 20 años, siendo aún estudiante, empecé a comprar con un presupuesto muy pequeño. Mis primeras adquisiciones fueron una pequeña pieza tridimensional de Anthony Caro y una escultura de Roman Signer, que explora en sus creaciones las explosiones, el movimiento y el azar. Si no recuerdo mal, pagué por ella cerca de 1 millón [de francos suizos]. En cierto sentido, tomé el relevo de mi padre pues empecé a coleccionar en el punto exacto en el que él se había detenido. Esto fue hacia 1960. Una de mis últimas adquisiciones ha sido una escultura de Tobias Madison, un joven artista suizo francamente interesante que trabaja en diferentes campos y colabora con muchos artistas.

    ¿Hay un arte que le atraiga de forma especial? ¿Tiene su colección un hilo conductor? El nexo que une a todas las obras podría ser un lenguaje formal minimalista, pero al mismo tiempo, un compromiso social o un intento de abordar cuestiones universales. Esta segunda postura, por ejemplo, está representada por artistas como Thomas Hirschhorn o, en otro sentido, por Walter De Maria que, en cierto modo, combina ambos elementos en su trabajo.

    ¿Cuántas obras forman su colección? ¿Cuáles son las más especiales? Poseemos cientos de piezas. Parte de nuestra colección se aloja en la Fundación Walter A. Bechtler, instituida por mi padre en los años 50 con el objetivo de mostrar creaciones sobresalientes en un contexto público. Una de las más valiosas es La escultura de 2000 de Walter De Maria, que es propiedad de nuestra Fundación. En estos momentos le estamos buscando acomodo para exponerla de forma permanente. Estamos valorando la posibilidad de construirle una ubicación específica en el entorno de Zúrich. Para Walter era vital crear en Europa un lugar de exposición permanente comparable a la Earth Room o el Broken Kilometer de la DIA Art Foundation de Nueva York.

    Usted y su esposa Cristina Bechtler llevan medio siglo coleccionando, ¿qué cambios reseñables han visto en el mercado? Si echo la vista atrás y me remonto a los años 60 y los comparo con el mundo actual, existe una situación radicalmente diferente. En aquella época el arte contemporáneo era un campo que movilizaba a un pequeño grupo de interesados y tenía un reducido número de seguidores; en cambio hoy coleccionar arte contemporáneo es una práctica totalmente generalizada. El arte forma parte de la vida moderna. El número de personas que coleccionan ha “explotado”. Va más gente a los museos que a los partidos de fútbol. Toda gran ciudad tiene su propia feria de arte. Por desgracia las consideraciones financieras desempeñan también un papel mucho más relevante que en el pasado. Al mismo tiempo -y esto es muy positivo- el mundo del arte se ha vuelto global, tanto por el lado de los coleccionistas como por el de los artistas. Los museos también reflejan este crecimiento; un buen ejemplo de ello es la Tate Modern.

    ¿Es importante conocer personalmente al artista? No creo que sea esencial, aunque soy afortunado de conocer a muchos de los creadores de mi colección. A veces es más revelador mirar la obra, aprender y leer acerca de su contenido y significado que saber mucho sobre el artista. Peter Fischli dijo una vez: “El arte es el trabajo”, y yo no puedo estar más de acuerdo. Por supuesto, tengo infinidad de recuerdos maravillosos de encuentros con artistas pues solían dejarse caer por la casa de mis padres casi cada semana. Uno de los visitantes más asiduos era Alberto Giacometti porque mi padre y mi tío estaban trabajando en la creación de su Fundación en Zurich, que hoy es parte de la Kunsthaus de Zurich. Nunca olvidaré las historias que les escuché contar. ¡Y cómo olvidar las visitas que nos hacían Jean Tinguely y su compañera Niki de Saint Phalle!. Solían vestir conjuntados, los dos de negro, y Niki llevaba un gran sombrero. Hablaban de sus últimos proyectos, por ejemplo, La cabeza, la escultura monumental que está cerca de París, en Fontainebleau. También me acuerdo de Marino Marini, Lynn Chadwick, Ben Nicholson, y muchos más.

    ¿Cuáles han sido sus momentos más felices en el arte? Me emociona evocar las grandes exposiciones que visité de joven en la Kunsthaus de Zurich. Nunca olvidaré la de Mario Merz, donde la solemne sala principal albergaba su instalación de iglús. También me dejaron huella las de Bruce Nauman y Richard Serra así como la de La Escultura de 2000 de Walter De Maria. Todas fueron concebidas por Harald Szeemann, que trabajó estrechamente con los artistas. Conocer a Walter De Maria y viajar con él por los Estados Unidos y Europa, está entre los recuerdos más dichosos que he compartido con artistas. Ser el presidente de la Kunsthaus de Zurich durante 15 años fue también importante por los encuentros maravillosos con los artistas que pude vivir. Por suerte, Bice Curiger se unió a la Kunsthaus como conservadora y en cierto sentido ha continuado la tradición de exposiciones contemporáneas que inició Harry Szeemann.

    ¿Qué tres artistas emergentes están bajo su radar? Mencionaría a Andrea Büttner porque trata en sus obras de los aspectos más humildes y modestos. También me gusta mucho Josh Smith, que trabajó en el estudio de Christopher Wool antes de volar solo; Wool, de hecho, es uno de los autores destacados de nuestra colección. Y citaría a Pamela Rosenkranz, que representó a Suiza en la Bienal de Venecia de hace dos años.

    ¿Hay algún artista español en su colección? Ninguno, por desgracia.

    ¿Qué le atrae de la sinergia entre la joyería y el arte contemporáneo? A mi madre le cautivaban las joyas creadas por artistas. Existía una cierta tradición de alhajas creadas por figuras emblemáticas como Alexander Calder, Alberto Giacometti, Georges Braque, y más tarde, Dieter Roth. Estoy seguro de que esta tradición puede ser redescubierta hoy. Hemos contactado con muchos artistas contemporáneos para proponerles que creen una pieza para Gems and Ladders. Estoy muy satisfecho de que la reacción haya sido tan positiva. Como sabe, las subdisciplinas y categorías en el mundo del arte se están fusionando, por lo que el arte, el diseño y la moda se entremezclan, y los creadores no temen desarrollarse en diferentes áreas. Estamos felices de que autores como Carol Bove, Martin Boyce, Liam Gillick, Thomas Hirschhorn, Lutz + Guggisberg, Tobias Madison, Fabian Martí, Tobias Rehberger y Lawrence Weiner hayan ideado maravillosas piezas para nuestro proyecto. Además, tenemos grandes obras de Jean Dubuffet, Alighiero Boetti y Meret Oppenheim en nuestra colección. Nuestra joyería es original y fresca pues ha sido concebida hoy en día. Su carácter artístico unido a su manufactura suiza es una combinacion única y genial.

    ¿Cuáles son sus piezas predilectas? Entre mis favoritas están las de Meret Oppenheim, sobre todo su ‘anillo de azúcar’, pues reflejan el espíritu surreal e ingenioso de su tiempo. Dieter Roth es otro de los artistas que ha trabajado más intensamente para idear joyas o “esculturas ponibles”. Me hace mucha ilusión poseer varios de sus espectaculares anillos.

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