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    Teresa Duclós, pintar entreluces

    Teresa Duclós (Sevilla, 1934) nos enseña a mirar calladamente, sin apenas levantar la voz ni pronunciar discursos. Para ella, pintar cuadros es una cuestión natural y por ende le sobran las interpretaciones demasiado sesudas. Decía el gran Ángel Ferrant que el arte es “una realidad ajena a la palabra”. Duclós lleva más de medio siglo hablándonos con los pinceles, a veces con un leve susurro. Su figura se ha convertido en uno de los últimos bastiones de toda una generación de pintores realistas dispuestos a observar lo cotidiano, pintar y sentir pintando. Junto a ella, otros nombres como los de Carmen Laffón y José Soto conformaron la llamada “escuela andaluza del realismo contemporáneo”, una vuelta al trabajo del lienzo y el caballete desde espíritus plenamente conscientes del tiempo presente. En su obra hay un lirismo fresco que retrata objetos en interiores domésticos y exteriores de paisajes ancestrales con profundos verdes courbetianos. Además de la pintura, Duclós se ha volcado en la obra sobre papel, siendo autora de un buen número de aguafuertes y dibujos a lápiz que han formado parte indisociable de su temática. No en vano en 1964 obtuvo un temprano reconocimiento en artes gráficas con el Primer Premio de Grabado en la Exposición de la Dirección General de Bellas Artes de Sevilla. Su larga trayectoria le ha hecho merecedora de la Medalla de Oro de la capital hispalense en 2022. Desde que celebrara aquella lejana individual madrileña en la galería Biosca (luego Juana Mordó) en 1982 hasta las últimas exposiciones de los 2000, la obra de Duclós ha sido adquirida por importantes colecciones públicas y privadas, como el Banco de España, el CAAC de Sevilla o el Museo Vázquez Díaz de Nerva. Conversamos con la artista con motivo de su exposición, Mirar de nuevo, en la galería Leandro Navarro.

    Usted nació en Sevilla en plena República, se formó durante los años de la posguerra y la dictadura en la Escuela de Bellas Artes Santa Isabel de Hungría de su ciudad. ¿Pero cómo llega al arte, por tradición familiar, vocación, iniciativa propia…? Desde chica me gustaba dibujar, me recuerdo de niña con un lápiz en la mano. A mi padre le hacía mucha ilusión que me dedicara a la pintura porque era un hombre interesado en el arte. Y aunque venía de las ciencias, era médico cardiólogo, sentía inquietud por la cultura en general. Mis padres me apoyaron siempre, la verdad.

    Sevilla es una ciudad que rebosa arte desde Velázquez, con un indudable carácter tradicional ¿tuvo usted también una formación académica? Sí, pero me sirvió para luego desarrollar mi propio camino en la pintura. Siendo todavía estudiante, empecé a recibir clases de dibujo y pintura en el taller del maestro Manuel González Santos, que me enseñó a manejar las herramientas muy bien. Aquel fue mi primer aprendizaje, íbamos juntas Carmen Laffón y yo y siempre tuvimos una fe ciega en todo lo que nos decía y corregía Don Manuel. Luego estudié en la Escuela de Artes y Oficios para preparar el ingreso en Bellas Artes. Mi padre me aconsejaba terminar la carrera y conseguir así un título. Le hice caso y la verdad es que fue una época muy buena para mí. Tuve profesores excelentes en Bellas Artes, como el catedrático Pérez Aguilera, a quien admirábamos mucho.

    Poco después celebra sus primeras exposiciones en la galería La Pasarela ¿Cómo era el panorama del arte contemporáneo en la Sevilla de aquella época? Era un ambiente bastante conservador, aunque existía una cierta inquietud por lo nuevo que empezaba a despuntar ya en los años 60.  La Pasarela fue un espacio que organizamos unos cuantos pintores, Carmen Laffón, Pepe Soto… para poder exponer nuestra obra. Estaba frente a la universidad, en el local de un compañero de facultad, Quique Roldán, catedrático y director de La Pasarela. Celebrábamos individuales y colectivas periódicas y vendíamos bastante a un público muy amplio. En aquellos años, también creamos nuestra propia escuela de arte, El Taller, donde impartíamos cursos de dibujo, grabado y pintura.

    ¿Se ha dedicado después a la docencia en algunos momentos? Sí, en ciertas épocas puntuales, he dado clases porque se me daba bien la enseñanza. Estuve una temporada impartiendo la asignatura de dibujo en el Instituto Martínez Montañés y la verdad que sí me gustó porque veía que los alumnos tenían mucho interés en aprender, algo que me motivaba bastante.

    ¿Qué papel jugó Juana de Aizpuru en el despegue de su carrera? Con Juana expuse en el año 76. Entré en contacto con ella porque solía asistir a nuestras inauguraciones, como gran aficionada a la pintura que era. Fue entonces cuando nos conoció. Ella había abierto su galería de la calle Canalejas en 1970 y cuando terminó aquella aventura primera en La Pasarela, entonces Juana cogió el testigo y empezamos a exponer en su galería. Fue el motor de arranque para muchos de nosotros dándonos a conocer dentro y fuera de Sevilla. Por su galería pasamos tanto los realistas como otros pintores de tendencias muy distintas como Gerardo Delgado, más tarde Luis Gordillo, etc. Y también Fernando Zóbel, a quien yo había conocido en Sevilla porque era muy amigo de Carmen Laffón.

    ¿Fernando Zóbel viajaba a Sevilla desde Cuenca, donde inauguró el Museo de Arte Abstracto en las casas colgadas? Sí, iba a pasar temporadas a Sevilla, le gustaba mucho la ciudad y le fascinaba su luz. Tenía un estudio que compartía con Carmen Laffón. Entonces nos conoció a todos los pintores más jóvenes. Además, fue muy buen amigo de mi padre y venía por casa a menudo. Era una persona estupenda, agradable, inteligentísimo, cultísimo y muy educado. Hizo una pintura irrepetible, refinada y muy cuidada en todos los aspectos.

    ¿Cuándo y por qué decide dar el paso de ir a Madrid? ¿Recuerda el ambiente a su llegada a principios de los 70?  En realidad, nunca he vivido en Madrid, aunque he venido regularmente a lo largo de los años cuando ha habido algún acontecimiento especial. Los artistas de Sevilla teníamos bastante contacto con los amigos pintores de nuestra generación que vivían en Madrid y muchas veces nos invitaban a las inauguraciones, pero mi casa siempre estuvo en Sevilla… [Amalia García Rubí. Foto: Alfredo Arias]

     

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