La Europa del siglo XVII fue testigo de una potente eclosión del interés por el mundo natural. Las enciclopedias botánicas de la época recogen los descubrimientos realizados en esta «Edad de Oro» del comercio mundial. Los pintores de bodegones incorporaron conchas, insectos, frutas exóticas y flores traídas de tierras lejanas junto con el cristal veneciano y la porcelana china. Sus cuadros rendían tributo a los rincones del mundo recién descubiertos. Estas pinturas, además, hablaban de temas universales como la fragilidad de la vida y el amor o la fugacidad de la belleza. La historia y rico simbolismo de los bodegones clásicos animó a Paulette Tavormina (Rockville Centre, Nueva York, 1949) a reinterpretarlos en clave actual pero no con pinceles, sino a través del objetivo de una cámara. «Cuando contemplo estas naturalezas muertas en museos como el Metropolitan de Nueva York o el Rijksmuseum de Ámsterdam, me impacta su fuerza emocional, su capacidad de trascender el tiempo y el lugar. Me imagino a Coorte, Zurbarán, Garzoni y sus contemporáneos mientras hacían acopio de tesoros mundanos y objetos cotidianos para hablar de la riqueza, la pasión y el inevitable paso del tiempo. La esencia de estos cuadros sigue viva en mi cuando me pongo a buscar flores, mariposas y antigüedades para crear las viñetas románticas que son mis fotografías». Becada por la Fundación Pollock-Krasner en 2016, las fotografías de Tavormina han sido reunidas en una monografía (Seizing Beauty) publicada por The Monacelli Press y presentadas en una exposición homónima en la galería Colnaghi. Además, ha recibido encargos de prestigiosos medios como The New York Times y National Geographic Magazine. Antes de consagrarse en exclusiva a la fotografía artística, Tavormina trabajó en Sotheby’s y también en Hollywood como atrezzista, dejando su sello en películas como Nixon o La tormenta perfecta.
¿Cómo llega la fotografía a su vida? En 1987 me mudé de Nueva York a Santa Fe, Nuevo México. En aquella época un amigo me pidió que fotografiara su colección de cerámica antigua Cochiti para un libro. Yo había estado tomando clases de fotografía en blanco y negro y aprendiendo a imprimir, pero la iluminación de estudio era algo totalmente novedoso para mí, así que busqué un fotógrafo profesional que me enseñara. Me pasé un año en el estudio fotografiando cerámicas de los nativos americanos y joyas antiguas de los navajos. Fue entonces cuando mi querida amiga Sarah McCarty, que pinta extraordinarios bodegones con témpera, me dio a conocer los de los pintores del siglo XVII, en particular a Giovanna Garzoni y Maria Sibylla Merian, cuyas paletas y composiciones me encandilaron. Decidí que quería crear mis propias naturalezas muertas fotográficas. Hacer mi sueño realidad me llevó veinte años.
¿Qué es lo más complicado de fotografiar bodegones? Las naturalezas muertas requieren mucho tiempo y plantean múltiples desafíos. La producción de cada imagen supone meses de traba- jo: hay que dedicar varias semanas a concebirla e investigarla, adquirir el atrezzo adecuado y seleccionar las flores, a veces también hay que hacer bocetos preliminares a lápiz además de diseñar la escenografía y el montaje. Lograr la iluminación y la com- posición idóneas es un proceso que lleva días, con frecuencia se demora tanto que las flores se marchitan y las hojas se secan, pero equilibrar todos los elementos de la fotografía es primor- dial para conseguir una visión armónica. El tiempo es esencial pues se utilizan elementos naturales que mutan constantemente.
¿Qué peso tiene este tipo de fotografía en el contexto actual? Me viene a la mente la locución latina Carpe diem [aprovecha el día] especialmente relevante en el mundo actual. La belleza que nos rodea es fugaz y, sin embargo, podemos detenerla en el tiempo gracias a la fotografía, que atrapa un instante perfecto. Más allá de tratar de crear imágenes de belleza intemporal, lo que me motiva es que el espectador vea lo mismo que yo, contagiarle la emoción que siento cuando una hoja se equilibra de la forma justa y hace que el ojo se fije en una pequeña historia que forma parte de la obra más grande. La creación de estas viñetas, como yo las llamo, me permite revivir momentos íntimos de mi vida, contar historias de amor y de pérdida, de alegría y de dolor, todo ello sin dejar de sentirme agradecida por la abundancia de la vida, y, de alguna manera, aprovechar- me de esa belleza.
Los bodegones tradicionales estaban plagados de significados ocultos y tenían múltiples lecturas. ¿Sucede lo mismo en su caso? Hay algo mágico en los objetos que evocan recuerdos y conexiones que siempre han sido importantes para mí. Todos los elementos que aparecen en mis fotografías son alegóricos. A veces representan algo secreto y personal -una nota oculta, un signo de algún tipo o un objeto escondido en un relicario-, pero con la misma frecuencia son objetos tradicional- mente simbólicos. Por ejemplo, los búhos personifican la sabiduría y el conocimiento, el membrillo es el amor y el matrimonio, y las peras aluden a Venus.
¿Qué importancia tiene la com- posición en una naturaleza muerta fotográfica? El diseño y la disposición de los elementos son determinantes para el éxito de la imagen final. Durante el proceso, tomo decisiones muy meditadas sobre el color, la textura, el tamaño, la armonía, qué objetos se eligen u omiten y cómo se relacionan todos los elementos entre sí. Hay que prestar la máxima atención al más mínimo detalle. Esto lo aprendí de mi etapa en Hollywood como atrezzista en varias películas, donde me enseñaron que la investigación exhaustiva era clave para obtener un resulta- do auténtico. Trabajar entre bambalinas, fabricando y consiguiendo utilería para los actores me dio un valioso bagaje que utilicé más adelante para crear estas fotografías tan minuciosas.
Su referencia han sido los bodegones clásicos de la Edad de Oro. ¿Qué maestros considera sus predilectos? Me he ins- pirado en pintores como Pieter Claesz, Balthasar van de Ast, Adriaen Coorte, Jacob van Hulsdonck, Giovanna Garzoni, Ma- ria Sibylla Merian, y, entre los españoles, citaría a Francisco de Zurbáran, Luis Meléndez y Juan Sánchez Cotán, entre otros. Cuando visito los museos, mis pies siempre me acaban llevan- do a los maestros antiguos que pintaron bodegones para rendirles homenaje por la belleza que nos han regalado.
¿Qué flores tienen un significado especial para usted? Adoro las rosas, las peonías, los tulipanes, los lirios del valle, las hortensias, las dalias y los corazones sangrantes, ya que eran las flores que había en el jardín de mi madre. La mayoría de las que utilizo ya aparecen representadas en los cuadros antiguos. Me encanta ir a los museos para admirar los bodegones florales sabiendo que, durante la Edad de Oro en los Países Bajos, los pintores solían disponer de un único tulipán, que compartían entre todos debido a su elevado precio. Tal vez ésa sea la razón de que me atraigan tanto los tulipanes estriados, que eran los más codiciados.
¿Dónde consigue las flores? Suelo ir al Mercado de las Flores de Nueva York… He encargado especialmente granadas en miniatura, limones con hojas o caquis colgantes. Incluso llegué a tener macetas con higueras y glorias de la mañana en el alféizar de la ventana de mi estudio neoyorkino para atesorar sus flores y hojas. Ahora que vivo en Connecticut, me encanta recolectar a mano membrillos y otras frutas de los huertos locales; también tenemos perales y manzanos, que he utilizado en alguna de mis obras recientes. Y esta primavera pienso sembrar en el jardín muchas de mis flores favoritas. ¡Los bulbos de tulipán holandés ya están plantados!
Dice que muchos de los elementos que aparecen en sus imágenes, como mariposas, caracoles o cangrejos…, están asociados a recuerdos personales. ¿Podría descubrir alguna de estas conexiones? Cuando planteo una fotografía, suelo incorporar objetos que tienen un significado personal para mi. Por ejemplo, pasé un verano en Palermo visitando a mi familia siciliana y durante uno de mis paseos por el jardín de la casa me encontré con un caracol y también cogí una granada de uno de sus árboles: al regresar, incluí ambos en una de mis fotografías. En el Jardín de Versalles encontré una diminuta vaina de castaña que me llevé a Nueva York conmigo y que acabé usando en otro bodegón. Los higos, que he utilizado recurrentemente, tienen un significado particular para mí. Mi abuelo siciliano tenía una higuera que regaló a mi padre hace muchos años y de la que mi hermano y yo recibimos después varios esquejes. Una de mis últimas fotografías incorpora varios higos, que evocan el árbol original de mi abuelo, un precioso recuerdo familiar. Y este invierno, recibí la visita de una colonia de mariquitas que se colaron en mi estudio buscando un refugio donde guarecerse del frío y eso me permitió utilizarlas en una de mis últimas fotografías.
¿Qué fue lo mejor de su etapa en Sotheby’s? Trabajé en Sotheby’s Parke-Bernet a finales de los años 70 y estaba rodeada de obras de arte de valor incalculable… era como trabajar en un museo efímero. Todos los días, las salas se atestaban de colecciones… rembrandts, monets, objetos maravillosos… era una fiesta para mis ojos. Más tarde, en la década del 2000, volví a trabajar allí, pero esta vez como fotógrafa para sus catálogos. Tuve el honor de fotografiar imágenes de Ansel Adams, picas- sos y una vez tuve en mis manos un retrato en miniatura de Sasha pintado por Rembrandt. Era fascinante estar tan cerca de estas obras de arte. Me interesaban especialmente los bodegones antiguos que se exponían varias veces al año. Una vez, un espléndido bodegón floral de Gerard van Spaendsdonck en el que aparecía una pecera con peces de colores me dio la idea de crear mis propias obras, y así comencé mi serie Flores, peces y fantasías. En una de esas fotos aparece un pez que salta de su pecera de Delft.
“Mis fotografías cuentan historias” dice. ¿Podría compartir una? Las imágenes de la serie Natura Morta son interpreta- ciones profundamente personales de historias intemporales y universales. Dentro de unos años, espero que mis fotografías lleguen a emocionar a alguien tanto como los cuadros de los antiguos maestros me han inspirado a mí. En una vanitas de Adriaen Coorte aparecía la frase “Eram Qvod Es”, y en una de mis vanitas incluí una cartela que reproducía esas mismas pa- labras conmovedoras. Su traducción aún me sigue emocionan- do: “Estuve donde tú estás ahora”. Vanessa García – Osuna