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    Oscar Domínguez, el surrealista indómito

    Si para el Surrealismo la imagen era una creación libre del espíritu, una invención al margen de cualquier atadura con el mundo aparente o una maquinaria capaz de dinamitar la realidad inmediata y de abrirse a otros espacios imprevisibles, la pintura de Óscar Domínguez (Tenerife, 1906 – París, 1957) ofrece una de las versiones más singulares de aquella apertura del pensamiento. La calidad plástica de su iconografía encuentra nuevas posibilidades dentro de la realidad y amplía, hasta el infinito, los horizontes de la imagen, sorprendiéndonos, de pronto, con una descarga onírica y visionaria, con un golpe sorpresivo del azar. Su pintura, sus dibujos y sus objetos constituyen una liberación de la imaginación que atacan, frontalmente, las rutinas, los prejuicios morales, todo lo consabido o adocenado. 

    Óscar Domínguez es, en efecto, el visceral e imprevisible, el obsesivo y visionario, el inventor de la decalcomanía y el magnífico constructor de objetos surrealistas, el artífice de inquietantes realidades oníricas que sacuden –en palabras de Agustín Espinosa– “los raíles de un tren en llamas”. Su mundo poético procede, sin lugar a dudas, de una ontología propia, directa y vivencial, ligada a su juventud en el norte de la isla de Tenerife, donde se gesta una concepción irracional y sobreabundante del color y de los enigmáticos procesos de metamorfosis que van a acompañar a su obra a lo largo de toda su trayectoria. La suya es, en buena medida, una conquista del mundo por la imagen, porque de ninguna otra manera podría calificarse una pintura y una intuición onírica presididas por un espíritu surrealizante en estado puro, impregnada de metáforas desafiantes y desviadas en perfecta consonancia con la maquinaria clandestina, vertiginosa e irracional del Surrealismo. 

    Vista de la exposición. Cortesía TEA

    La exposición La conquista del mundo por la imagen en el TEA Tenerife Espacio de las Artes quiere sumarse a los actos de celebración del centenario de la publicación del primer Manifiesto del Surrealismo, escrito en el París de 1924. El Surrealismo, que inicialmente nace como una manifestación literaria a partir del libro Les champs magnétiques [Los campos magnéticos], escrito automáticamente en 1919 por André Breton y Philippe Soupault, se nutre de las ideas de los escritores Guillaume Apollinaire, Lautréamont, Pierre Reverdy y Saint-Pol-Roux, y construye su razón de ser sobre el concepto de la imagen poética, extendiendo el alcance de su significación a todos los procesos de creación y dominios del arte. Así, en la redacción del primer Manifiesto del Surrealismo (1924), André Breton asume la condición inconsciente de la imagen y define el Surrealismo como “un automatismo psíquico puro, por el que se quiere expresar, ya verbalmente, ya por escrito, ya de cualquier otra manera, el funcionamiento real del pensamiento”. En efecto, si lo que se plantea es la necesidad de un nuevo lenguaje que exprese el funcionamiento real del pensamiento, entonces se busca dar carta de naturaleza al discurso visual, analógico y autónomo de la mente; esto es, un lenguaje que haga de la imagen su principal unidad de acción, ajeno a preocupaciones estéticas y morales, y al margen de control lógico alguno. La imagen más surrealista será la que, al servicio de la versatilidad del juego, del sueño o de la enajenación, propicie el encuentro fortuito entre realidades distantes e irreconciliables para que surja la luz de la imagen; una chispa visual del pensamiento, radicalmente visionaria, tal y como sucede en la actividad creadora de Óscar Domínguez, ya sea en su práctica pictórica, en la invención de objetos surrealistas, en sus arrebatadas creaciones poéticas, o en la tinta libre y acuosa de la decalcomanía sobre papel. Aquí radica una de las claves del Surrealismo: dotar de sentido al ejercicio de la libertad creadora, entendiendo arte y vida como un único impulso en el que el azar, la subjetividad, el deseo, el humor negro y lo irracional se dan la mano. La muestra se apoya en varias obras clave de la primera época del autor, como La bola roja (1933), El Drago de Canarias (1933), Cueva de guanches (1935), Los sifones (1938) o La primavera (1938). En estas pinturas se reúne y sintetiza buena parte de las características de la pintura del Óscar Domínguez de finales de los años treinta. Asistimos a un uso excesivo del color y de la metamorfosis. Si los procesos de transformación surrealista inciden en el cambio de estado de los elementos naturales en beneficio de la imaginación más visionaria, en éstas la fuerza gestante es hiperbólica y vertiginosa. Las montañas y sus formas lávicas nacen y se transforman, cobran vida propia y devienen personajes que se alzan cual desafiantes colosos. Asimismo, en sus Paisajes Cósmicos, muy bien representados en la muestra, la figura emblemática de la espiral, uno de los leitmotiv de su pintura, surge de pequeños nudos o núcleos orgánicos, de turbulencias impredecibles, de mutaciones de la materia geológica, del eterno girar de la palpitante Naturaleza, como la del escenario montañoso, agreste y fértil, del Tacoronte donde transcurrió la adolescencia del pintor. De hecho, un estudio minucioso de sus obras nos permitiría detectar diversas formas orgánicas que adoptan la forma de espirales logarítmicas, hélices cilíndricas, espirales de Arquímedes y hélices cónicas en formas naturales que cobran vida.

    Su pintura fija las claves de una pintura definitivamente divorciada de la imitación, conmovedora y trágica a un tiempo, que inaugura el extraño placer de una visión nueva, primitiva, capaz de hacer visible lo invisible. No en vano, la montaña en su elevación esa zona ultrasensible de la tierra simboliza la reconciliación en un punto –¿le point sublime?– de las fuerzas contrarias –el estado de letargo y la metamorfosis constante de los paisajes cósmicos–, acercándose a aquella belleza convulsiva a la que aludió André Breton: «la beauté convulsive sera érotique-voilée explosante-fixe, magique-circonstancille ou ne sera pas» [la belleza convulsiva será erótica-oculta, explosiva-fija, mágica-circunstancial o no será]. Junto con Esteban Francés, Salvador Dalí, Joan Miró y Remedios Varo, Óscar Domínguez conforma la constelación de pintores que España aporta al Movimiento Surrealista Internacional. La conquista del mundo por la imagen no quiere ser una muestra antológica de su trayectoria, sino mostrar un conjunto de trabajos suficiente y cabal que den buena cuenta del alcance de su legado creativo. [Isidro Hernández, conservador-jefe de la Colección TEA Tenerife Espacio de las Artes y comisario de la exposición La conquista del mundo por la imagen. Teatenerife.es ]

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