Arquitecto, pintor y escultor de larga trayectoria, Juan Navarro Baldeweg (Santander, 1939), celebra la vida en la pintura y la pintura en la vida. Mientras trabaja, medita cómo construir universos donde expandir la energía de sus pigmentos. Premio Nacional de Arquitectura y Artes Plásticas, académico numerario de Bellas Artes, está representado en los museos e instituciones de arte contemporáneo más prestigiosos de nuestro país. La galería Marlborough de Madrid presenta los últimos trabajos pictóricos del artista en la exposición Dos por Dos. Amalia García Rubí. Foto: David García Torrado
En esta exposición retoma ciertos aspectos de la obra de los sesenta ¿en qué sentido? Sí, las medidas de estas obras, dos por dos, establecen una estructura compartida, dentro de la cual desarrollo una serie de igual formato donde los cuadros son diferentes entre sí. Es algo que ya hice en pinturas de aquellos años tan lejanos. Existe por tanto un vínculo, una mirada hacia atrás, aunque expresado de forma distinta porque en estas obras de 2016 se hace transparente la estructura interna de la pintura, pero siempre respetando las coordenadas preestablecidas por el soporte.
¿Qué distingue formalmente a sus nuevas pinturas de las presentadas hace tres años en esta misma galería bajo el título Nuevos Paisajes? Aquellas estaban inspiradas en el agua y eran el paso anterior a estas últimas que son más nítidamente abstractas. Muchas hacían referencia a los cursos fluviales. Era una reflexión sobre la materia pictórica en sí misma como sustancia líquida que discurre sobre una superficie. Las ondas dirigidas por la mano y la brocha, se han tornado ahora vertido directo, aunque se trata de acciones controladas. Estos derramados ocurrían levemente en mi obra de los 60. En ellos se juega con la fuerza de gravedad, por ejemplo, a través de las líneas de pintura que se deslizan por la tela y van tejiendo hilos de color en el soporte.
Su idea de habitar la pintura, ya sea de modo explícito a través de la figura inmersa en un espacio insinuado, o tan solo evocando un lugar que puede ser paisaje, casa, ciudad… ¿sigue presente en estos cuadros más bidimensionales? Estos cuadros recogen el testimonio de un proceso que tiene mucho que ver con esa idea de meterse en el interior de la obra. En una observación detallada, se puede deducir cuándo la pintura se ha dejado caer desde arriba, cómo se han volteado los lienzos o la materia se ha dirigido en un sentido o en otro. Existe una intención de estratificar la pintura, de manera casi geológica, para configurar un espacio creado en distintos estratos.
En alguna ocasión ha dicho que «el cuadro empieza siendo una selva caótica que poco a poco cobra forma”. ¿La meta es construir y ordenar ámbitos de equilibrio partiendo del caos? Me interesa que el observador entienda cómo ha sido el diálogo del pintor con la tela, y cómo se han estructurado las hiladas de color en distintos movimientos que a su vez, están implícitos en la obra. Todo se rige según un cierto orden casi natural que se ha ido haciendo a sí mismo, dictado por un dinamismo interno, al igual que los elementos de un paisaje.
Sin embargo, los cuadros de Navarro Baldeweg transmiten a menudo una factura espontánea, marcada por ritmos irregulares de líneas oblicuas, zig-zag, ángulos agudos, ondulaciones, espinas de pez… Sí, es totalmente cierto. Digamos que en estos cuadros de ahora existe un orden distinto donde la simetría del formato cuadrado, dos por dos metros, determina de antemano la “horma” en la que me muevo; es un espacio que no me gusta violentar, sino organizar en zonas flexibles, sin rigidez, aunque teniendo en cuenta la equivalencia del cuadrado y la forma ortogonal.
¿Busca entonces una manera de construir diferente, quizá más analítica o “severa”? Bueno, en pintura todo depende desde dónde mires. El cuadro clásico exige una mirada frontal, a la altura de los ojos, para habitar un lugar imaginario pero concreto, determinado por la perspectiva lineal. En el caso de mi pintura, el elemento básico para mirar no es el horizonte, sino los efectos de la gravedad, la caída en vertical desde donde ha sido “arrojado” el color. Es una mirada referencial muy diferente.
El pigmento puro, la pincelada enérgica, los contrastes de forma-color, el entusiasmo vitalista de los “motivos” y en general cierto aire fauvista o expresionista, fueron características en su pintura de los 80. ¿Qué queda de aquel espíritu en su obra actual? Mi pintura está impregnada de cierta joie de vivre, que de algún modo me libera de las ataduras del mundo. Pintar para mí es transmitir la energía corporal al lienzo dejando actuar a otros parámetros no tan racionales como los que exige la arquitectura. Es un ejercicio maravilloso de imaginación.
En 2013, la exposición Nueva Fuerza del Museo Reina Sofía, congregó a los artistas que formaron parte a finales de los 70 de la llamada “vuelta a la pintura”. Juan Navarro Baldeweg mostró su obra junto a Alfonso Albacete, Miguel Ángel Campano, Ferrán Garcia Sevilla, y Manolo Quejido. ¿Qué destacaría de aquella exposición? Tengo un buen recuerdo de aquel encuentro. Aunque soy algo mayor que todos ellos… A finales de los setenta yo había vuelto de Estados Unidos y trabajaba con la galería Buades, donde coincidí con algunos de estos artistas. Todos hacían una figuración nueva con base en la no representación, y yo estaba también dentro de ese lenguaje “semiabstracto”. Un desarrollo que se fue haciendo más figurativo. En el momento actual he vuelto a la abstracción. Ese fluctuar demuestra que mi evolución en la pintura depende de fenómenos no predeterminados.
Entonces, ¿no dependen de la coyuntura, de la corriente digamos, “de actualidad”? No, no… yo siempre me he movido con bastante libertad en el arte, sin aceptar ninguna mano en la cabeza. Me gusta explorar, ir llenando huecos donde pueda haber cosas nuevas derivadas de otras y a su vez predecesoras de otras futuras. Por ejemplo, en la serie Pintar-Pintar, la acción explícita del pintor ha desaparecido, pero al mismo tiempo explica lo que estoy haciendo ahora, mi manera de expresar en el momento presente.
Durante los 70 se interesó por el arte conceptual. En España se celebraron acontecimientos artísticos minoritarios pero innovadores como los “Encuentros de Pamplona”, de 1972 ¿Cómo explicaría su faceta menos plástica en el arte? Yo no participé directamente en aquel festival de vanguardia, aunque envié obra desde Estados Unidos para esta ocasión. Me planteaba cuestiones que tenían que ver con mi condición de arquitecto. Por ejemplo, las nociones y emociones que se derivan de la gravedad, están muy presentes en mis trabajos menos pictóricos de aquellos años. La instalación La Mesa, hoy en el Reina Sofía, es un estudio de los equilibrios a base de pequeñas piezas escultóricas en madera y metal, realizadas a lo largo de veinte años, donde hago un análisis de las estructuras y su interacción gravitatoria…
¿Realizó entonces diferentes ready mades, e intervenciones en lugares públicos? Sí, hice varios ready mades fotografiados, como El Peso y la Columna, donde abordaba el tema de las relaciones sonoras en el espacio, el suelo como tambor con distintas vibraciones, por ejemplo. En aquella obra en concreto, se establecía un campo semántico asociado al peso, vehículo de las fuerzas de gravedad. Al principio quise situar distintos tamaños de pesos estándar a distancias escalonadas respecto a la columna para establecer una gradación tonal de sonidos pero finalmente pensé que sería más sugerente colocar un solo peso. En cualquier caso, siempre he trabajado el concepto de arquitectura como fenómeno transmisor de vibraciones y es algo que está presente en mis dibujos, muchos de ellos en la Fundación March, y que recogí en un ensayo titulado Una Caja de Resonancia.
Hábleme de su período estadounidense. Nada más concluir sus estudios de arquitectura, vivió y trabajó en USA entre 1971 y 1975, realizando una labor investigadora en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). ¿Cómo influyó en su faceta de pintor o artista plástico esta experiencia americana? Yo he sido pintor antes que arquitecto o que artista conceptual. De niño ya pintaba y de joven conocía bien la pintura que se hacía en América en los 50, el expresionismo abstracto… Solía ir a estudiar a la biblioteca de la Casa de América, donde encontraba revistas como Artforum y leía los textos de Greenberg. Viajé a Estados Unidos a principios de los setenta, cuando estaban en boga los artistas postpictóricos, Stella, Noland…Entonces entendí el arte como habitación, en perfecto paralelismo con las coordenadas físicas del hombre respecto al lugar que habita en toda su dimensión. Mi desarrollo en la arquitectura viene de un formato artístico, en el cual la luz, la sombra, el espacio, son también factores comunes a la pintura.
Después de su etapa de investigación más científica o teórica pareció retornar con fuerza a la pintura, en los años 80 Al trabajar muy intensamente en esas observaciones de las luces, las sombras, el equilibrio, había dejado un tanto de lado la pintura y quería volver a ella con fuerza. Me atrajo el diálogo de los pigmentos en sus contrastes puros. Usaba colores muy limpios para producir vibraciones cromáticas entre ellos y me volqué en lo óptico, en lo visual.
Creo que en la obra de Navarro Baldeweg no existe una línea evolutiva clara, hay una especie de “anarquía” bien entendida que da mucha riqueza al conjunto de su producción Creo que esto es un gran elogio. En mi producción no hay obras que tienen más interés que otras, todas se pueden colocar en el mismo espacio y poseen para mí la misma relevancia. Sí existe un deseo de completar, de dar forma a una serie de “anillos” que comparten todas las disciplinas que trabajo, desde la energía transmitida por el movimiento de la mano hasta el proceso de destrucción y construcción, los parámetros espaciales, etc.
¿Y qué lugar ocupa el azar o lo inesperado en esa sucesión de “anillos”? Pues es un elemento importante. El cuadro está esperando que ocurra algo que el artista no conoce de antemano Hay un cierto milagro que convierte lo pintado en obra de arte. Esto no pasa en la arquitectura porque es una actividad prefijada, concreta y previamente definida. Es una situación profundamente enigmática donde de pronto todo cobra sentido y funciona. El artista debe poner los medios para que se dé ese “milagro”. Hay que distinguir entre obra de arte y arte, entre aquello que se puede programar o diseñar y aquello que en gran medida ocurre independientemente de nuestra voluntad. Es como si pones una percha en un paisaje y se posan los pájaros…
Entonces, ¿cree en el aura de la obra de arte? Sí, sí, creo profundamente en esa cualidad ignota, de la que no sabemos con exactitud cuándo aparece, sólo esperamos que impregne a la obra y que se deposite en ella. El arte ocurre y trasciende toda racionalidad.