Joana Biarnés ha sido una pionera del fotoperiodismo en nuestro país. El Palau Robert de Barcelona le rinde homenaje con una exposición, abierta hasta el 2 de abril, argumentada con casi un centenar de imágenes datadas entre 1963 y 1973, correspondientes a su etapa en el periódico Pueblo. Su legado fotográfico, que abarca desde el deporte hasta la crónica social, documenta una etapa clave del siglo XX: los años de la España triste y empobrecida del franquismo y de los inicios de la democracia. Marga Perera
¿Cómo comienza su carrera como fotógrafa? Mi familia vivía en Terrassa y empecé por ayudar a mi padre, que era fotógrafo deportivo. A mí no me interesaba ni la fotografía ni el laboratorio, era mala estudiante… hasta que empecé a estudiar en la Escuela de Periodismo de Barcelona. Yo procedo de un entorno sencillo, tenía que pagarme las cámaras por lo que empecé a hacer fotos de bodas y comuniones pero en mi ciudad tenía pocas oportunidades. le dije entonces a mi padre que quería irme a Barcelona. Fui a buscar trabajo en periódicos presentándome como la hija de Biarnés, que era un fotógrafo conocido y respetado, pero todos me rechazaban… ¿una mujer?, ¿y dices que eres fotógrafa?… Así que para ganarme la vida me dediqué a hacer fotografía de moda.
¿Cómo era ese mundo? A mí me apasionaba… Assumpció Bastida, Vargas-Ochagavía, Miguel Ruiz, Antonio Nieto, que hacía aquellos sombreros… La moda era muy avanzada en nuestro país; claro, tenían un modelo a seguir, Balenciaga. Todos querían ser como él. Pero a mí lo que me interesaba era sacar la moda a la calle, no la foto de estudio que consideraba demasiado centrada en los detalles de los vestidos. Yo hacía salir a las modelos a la calle; tengo una foto de una maniquí en la boca del metro y mientras el aire le levantaba las faldas, ella seguía impecable, impertérrita. Para mí, eso es el fotoperiodismo. Las modelos salían a la calle vestidas de Assumpción Bastida o de Pertegaz, por ejemplo, íbamos caminando y cuando veía un sitio que me atraía nos parábamos ahí, ellas hacían sus gestos de maniquí y yo captaba la mirada.
Sus retratos se caracterizan por la naturalidad. ¿Recuerda los primeros? Empecé haciendo retratos infantiles; eran niños difíciles que no podían ir al estudio fotográfico porque sólo de ver la cámara se echaban a llorar, así que yo iba a sus casas… Pronto encontré el truco para caerles bien y llegué a tener mucha demanda porque las madres me recomendaban unas a otras. Me fue muy bien, hasta que se produjeron las riadas del Vallés.
¿Qué sucedió? Las riadas del Vallés tuvieron lugar en 1962 y tuve que ayudar a mi padre a cubrirlas. Eso me brindó la oportunidad de conocer al relaciones públicas del diario Pueblo de Madrid, el periódico de mayor tirada de España de la época, que me encargó un reportaje. Tenían que celebrar una fiesta en Barcelona, un concurso llamado La Cenicienta de Pueblo; se trataba de elegir una chica sin medios y sin estudios y convertirla en una señorita, pagándole los estudios, comprándole ropa… y se acababa con una gala con la ganadora en presencia del príncipe Alfonso de Borbón, para representar el final feliz del cuento de la Cenicienta y el Príncipe. Mi reportaje gustó mucho y el director del periódico, Emilio Romero, preguntó quién era su autor; le dijeron que precisamente era una chica, le sorprendió y dijo que me mandaran un billete de avión que quería conocerme. Fui a verle y le dije: “antes de que me diga qué voy a hacer en la redacción, quiero que sepa que soy fotógrafa, y que no pienso dejarlo porque quiero ser fotoperiodista”. Él me dijo que creía en las mujeres, pensaba que podríamos hacer grandes cosas, pero que estábamos oprimidas; Pueblo era un diario de los sindicatos verticales, pero era lo que había en aquel momento, estaba el ABC, que también tenía censura, y Arriba, que era de la Falange. Total, que mi inicio en el periódico coincidió con el anuncio de la llegada de los Beatles a España.
¿Cómo fue la experiencia con los Beatles? Acompañé a Jesús Hermida a la rueda de prensa y ahí arranca la historia. Me fui a Barcelona y conseguí estar con ellos a solas en su suite. Estuvieron cordiales y divertidos; yo, por una parte, era la fan impetuosa, pero por otra, la periodista; ellos no se dieron cuenta y yo iba tirando fotografías y, como sabía trabajar en el laboratorio, no me preocupaba la luz de la habitación porque tenía conocimientos para poder arreglarlo en el laboratorio. Fue una exclusiva mundial que no se publicó porque el gobierno había dado orden a todos los medios de que no se hiciera promoción de estos chicos que eran unos perversos que estaban corrompiendo a la juventud. Me encontré sin saber qué hacer con una exclusiva mundial, por la que me hubieran pagado lo que quisiese fuera de España. Al final, se la cedí gratuitamente a la revista Onda, de la Cadena Ser, donde trabajaba mi marido.
¿Qué recuerda de ese día? Eran cuatro chicos encantadores, de lo más normal que uno se pueda imaginar… Recuerdo que, mientras yo estaba allí, Ringo Starr se tumbó en su cama y se puso a leer una novela, otro tocaba la guitarra, Paul McCartney me preguntaba por guitarristas y fábricas de guitarras, cómo eran los compases del flamenco; a mí siempre me ha gustado el flamenco, pero de eso a explicar los compases, aunque creo que salí airosa… Lo pasamos muy bien, pero fue un triunfo envuelto en un gran fracaso por el ambiente que había entonces en España. Como llegaba la hora de cenar me preguntaban qué se comía aquí y les dije pan con tomate y jamón, y les sorprendió mucho. Harrison nos hizo una foto, pero no salió bien… ¡una lástima!.
¿Es aquí donde empezó su carrera de fotoperiodista? Sí, a partir de aquí seguí trabajando, colaboré con mi padre en el reportaje de las riadas, e hice otro sobre el maltrato a hijos de solteras en un colegio de Madrid; lo denunciamos desde el periódico en pleno franquismo y esto soliviantó a la extrema derecha que quiso apalearnos a mi compañero de equipo, José Luis Navas, y a mí, hasta el extremo que tuvimos que huir.
Usted fue la primera mujer fotoperiodista Sí, la primera y la única hasta 1968.
Y abrió el camino a las demás Eso desde luego, cuando se incorporaron otras fotógrafas todo había evolucionado bastante. Cuando íbamos a hacer una entrevista o un reportaje, yo iba con un redactor y, como no llevaba la cámara a la vista sino en un estuche, el entrevistado siempre preguntaba “¿y el fotógrafo?”, y cuando decía “soy yo”, era una gran sorpresa.
¿Qué fue lo que más le impresionó de la pobreza de aquellos años franquistas? La penuria estaba alrededor nuestro y recuerdo las colas de racionamiento, pero nunca llegué a sufrirla porque mi madre tenía una gran inventiva. La descubrí cuando se produjeron las riadas porque la gente se quedó sin casa; eran infraviviendas, sin cimientos, barracas, y fue espantoso… Yo no llegué a ver la miseria pura y dura de otras zonas de España, los rostros famélicos que captó, por ejemplo, Carlos Pérez Siquier.
¿Cuáles fueron los mejores consejos que le dio su padre? Sobre todo, que en el trabajo fuera honesta y no me complicara con otras cosas. Yo sabía a qué se refería. Cuando le pedí permiso para marcharme a vivir a Barcelona me dijo que me entendía y que lo único que me pedía era que no le hiciera agachar la cabeza. Esto me marcó. Al principio, los compañeros me miraban de reojo gastando algunas bromitas, pero viendo mi actitud les quedaba claro que sólo iba a trabajar. Más adelante tuve compañeros fantásticos como César Lucas, los hermanos Verdugo, Raúl Cancio…
¿Técnicamente aprendió de su padre? Fue él quien me enseñó todo. Me decía que los negativos tenían que estar siempre limpios y bien conservados y que no los dejara nunca a nadie. En eso no le hice caso, pensaba que la gente era honesta y no es así… por ejemplo, de las fotos de los Beatles me faltan seis o siete negativos que no me devolvieron. Y cuando cerró el diario Pueblo, que fue de un día para otro, muchos negativos se perdieron y aún seguimos buscando su rastro. Unos dicen que están en el Archivo de Alcalá de Henares, otros que en Televisión Española… Tengo fotos de Dalí, de cuando fuimos a París porque él tenía una ópera escrita que tenía que grabar allí, y ¡me duele tanto no tener ese material!
Le regalaron un elefante vivo, ¿también lo retrató? ¡Sí, es verdad!. Me lo regaló un guía de safari fotográfico que se enamoró de mí en España y me dijo que me mandaría un regalo. Un día, cuando yo vivía en Madrid, me llamó el conserje para anunciarme: “señorita Juanita, que aquí hay una furgoneta con un bicho”. Era un elefante pequeñito que venía de Kenia, pobrecito, muerto de hambre y de sed, se me comió todos los geranios de la terraza; al día siguiente lo entregué a la Casa de Fieras del Retiro.
También hizo fotos de la familia real, ¿cómo fue la sesión? Bueno, el día que llegó la reina Victoria Eugenia, toda la familia fue al aeropuerto de Madrid a recibirla. Yo entré en la sala Vip donde se habían reunido y les dije que les iba a robar un segundo, que no interrumpieran sus conversaciones que tan sólo quería una foto. Y la hice. Muchos me preguntan cómo conseguía acceder a determinadas personas, y era por mi manera de ser, discreta, sin aspavientos. Mi padre me repetía: “primero dispara y luego pide permiso”, y así lo hacía. Si me decían que no, entonces me disculpaba, pero la foto ya la tenía.
Ha retratado a muchos famosos, ¿quiénes le han impresionado más? El que más, Dalí. Si de repente yo sacaba la máquina para retratarle él se transformaba automáticamente; le visité asiduamente en Portlligat. El periódico también me enviaba y Antonio Olano, que le conocía mucho, a veces me decía: “vamos a casa del maestro”, o bien me invitaba el periodista Albert Oliveras, que era muy amigo de Dalí y compañero de mi marido, Jean-Michel Bamberger, o en ocasiones era el mismo Dalí. Yo le decía: “maestro, quiero estar en las ruedas de prensa, pero no detrás de todo, sino cerca de ti”. Y él me decía “tú, aquí”. A Gala, en cambio, le hice sólo dos o tres fotografías, pero tenía una mirada seca, una forma de mirar muy desabrida y normalmente no quería que la retratasen.