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    La ciudad física e inmaterial de Javier de Juan

    A los cuatro años dibujando, fue consciente que la rodilla existía y que las piernas sobre las que se sujetaba un humano no eran dos palos rectos, sino que había una articulación que favorecía el movimiento. Desde entonces no ha dejado de dibujar, pintar y describir el movimiento, buscando el instante perfecto que da sentido a una obra. Poner en valor un sutil giro o cadencia para que el espectador lo convierta en eterno. Javier de Juan (1958), figura icónica de los 80, de la Movida, la Postmodernidad y uno de los artistas más jóvenes de la Nueva Figuración española. Javier de Juan es dibujante, pintor, diseñador, guionista, cartelista, grabador, creador de fanzines, cómics, novelas gráficas y de libros, artista instalativo, de grandes murales, proyecciones audiovisuales y cabezas esculpidas en 3D. Este creador no ha dejado de ampliar la dimensión de su discurso. Un personaje libre que dice estar siempre en el ahora cazando imágenes que perpetuar. [Julieta de Haro. Foto: Alfredo Arias]

    Recalculando es el nombre de su última exposición en el Palacio Quintanar de Segovia ¿Es el momento de recalcular? Se tarda un tiempo en comprender que todo es camino. Que nunca se llega a ningún sitio. Estar vivo es seguir, moverse. Cuando AENA me encargó el mural del aeropuerto de Barajas en el año 2000, la noticia fue portada del diario ABC de Madrid. Un tío mío, sabio jesuita, profesor de historia del arte ligado al Museo del Prado, me llamó muy impresionado para felicitarme: “¡Has llegado!”. Pero al día siguiente nada había cambiado. Continuaba la lucha con el mundo y conmigo mismo. Ese aparente llegar solo era otra parte del camino, otro río cruzado en este viaje como artista. En este presente tan volátil en el que la tecnología hace cambiar las cosas a una velocidad de vértigo vamos a tener que estar recalculando permanentemente.

    En este proyecto habla de un mundo inmaterial que va ganando territorio al físico, todo un desafío El desafío para mi empezó en 2006 cuando acepté la propuesta de un productor americano para investigar sobre el movimiento en 2D y en 3D en la productora Mona Abou el Nasr Studios en Heliópolis, El Cairo. Estaba en el aire que venían nuevos tiempos. Cuando Steve Jobs presenta el iPhone el 9 de enero de 2007 cambia todo. Es como un después de Cristo, que a partir de ese momento se convierte en un después del Smartphone. Es un giro copernicano. El teléfono inteligente supone la llegada del imperio de lo etéreo, lo real pasa a ser intangible y lo material se visualiza como decadente. Después de Egipto continué en Berlín y finalmente volví a Madrid. La siguiente década estuvimos trabajando el proyecto con la productora Magic Films de Ángel Blasco, desarrollando sistemas de captura de movimiento y modelados digitales para crear en el mundo inmaterial. Esto se ha traducido en el grueso de mi obra actualmente con proyecciones en interiores y en fachadas y la participación en festivales internacionales de luz. El objetivo es poner en movimiento el dibujo, buscar el instante perfecto. Pero también he sentido la necesidad de volver a lo primigenio, al origen: tela, madera, pigmentos, aceites y manos sucias. Creo que no debemos darle la espalda al mundo físico. La creación, el arte, debe aprovechar todo lo que le sea favorable, todas las herramientas, todos los soportes. De esto va esta exposición.

    La Inteligencia Artificial va a sustituir la actividad humana en muchos campos, pero no parece que vaya a tener tanto éxito en el campo de la creatividad A la IA le queda mucho para ponerse frente al lienzo en blanco. La creación es imprevisible, a veces inesperada, se mueve en terrenos tan intangibles como pueden serlo las sensaciones o los estados de ánimo, la propia biografía o el contexto. La creatividad es un chispazo, muchas veces contradictorio, fruto de ese concepto tan vago como es la intuición, el duende o el capricho.

    Su figura como artista está ligada a los 80, ¿cómo empezó su trayectoria? Era el tiempo de la Transición. Se marchaba esa España gris. La modernidad estaba en el aire. Empezamos a tener acceso a otras fuentes que venían de fuera. Me pasaba el día en la tercera planta de Espasa Calpe en la Gran Vía, absorbiendo desde libros de arte, de carteles, de tipografía, pasando por anuarios de publicidad, de diseño gráfico a diseño de moda, fotografía, … La información del mundo que queríamos crear estaba en la calle, en las tiendas, en Rockola, en la Morasol, en El Sol de Jardines, … La pasión surgió de la calle. Mientras estudiaba arquitectura había empezado a hacer algunos carteles para colegios mayores y a través de una vieja imprenta por San Bernardo, me llegaban encargos. Empecé dibujando, diseñando, pintando, haciendo de todo, para mí era lo mismo, todo era crear.

    Háblenos de los 80 En esa época aparecieron las tiendas de cómics y allí acabamos, en Madriz Comics en Los Sótanos de la Gran Vía. Allí nació la revista Madriz que junto a La Luna de Madrid, de Borja Casani, y Madrid Me Mata, de Oscar Mariné, Moncho Alpuente y Jordi Socías, fueron la trinidad del papel impreso. Eran La Movida. Era una época en la que todavía te podían dar una paliza por no llevar el look adecuado. Pero se buscaba la libertad, lo lúdico, el respeto por el otro, la elección personal, la mezcla. En Rockola, donde por cierto hice mi primera exposición, unos dibujos de un fanzine que se llamaba Tribulete, la mezcla de gente era perfecta. Los del Glam alternando con rockers y con punkies. Aristócratas con motoristas y con estudiantes. Todas las posibilidades sexuales mezcladas, sin guetos, sin barreras. Artistas con músicos y con poetas. Un gran estímulo visual, intelectual y creativo. Parecía que habíamos conquistado algo: la tolerancia. Que no había ya vuelta atrás. Fuimos ingenuos. Es un placer recordar aquel espíritu y aquella sensación de estar construyendo algo interesante. De haber destruido el aburrimiento, el hastío y la oscuridad por un tiempo.

    El título de Madriz acabó siendo una forma de nombrar y entender ese nuevo Madrid, ¿cómo se le ocurrió ese nombre? En principio la propuesta del Ayuntamiento era Guay, pero me pareció que identificar ese término con juventud no aportaba nada. Propuse Madriz, aunque me debatía entre Madrí y Madriz, que es como lo pronunciamos los de aquí, con cierto casticismo. Pero la Z aportaba movimiento y poderío visual. Además, era una forma gráfica de romper con las reglas, con el mundo anterior. Me aceptaron el nombre y me encargaron el diseño de la cabecera y de la revista. Fue el pistoletazo de salida.

    ¿Cómo fueron sus inicios en el mundo del arte? Tenía el estudio en la calle Velázquez en un torreón, un séptimo sin ascensor. Allí apareció un día de 1985 una galerista, Pitty Ynguanzo, jadeando tras la escalada. Me propuso exponer en su espacio. Me preguntó si tenía obra para una exposición. Mentí. Dije que sí. Me puse a pintar óleos como un desaforado y en muy poco tiempo se inauguró mi primera muestra de pintura, un objetivo que tenía claro desde siempre. Un tiempo después pasé a trabajar con la galería Moriarty, donde exponían todos mis amigos.

    ¿Qué supuso ARCO en aquella explosión de libertad y creatividad? ARCO fue una explosión de estímulos. Una gran sensación de modernidad, en realidad de posmodernidad porque era esa mezcla de alta y baja cultura, de ruptura de barreras. Supuso una revelación: había infinitas posibilidades en el arte. Todo era válido. El primer ARCO en 1982 coincide con la aparición de la Transvanguardia, la vuelta a la figuración de Achille Bonito Oliva, que se solapaba con la Nueva Figuración Española. Después en 1983 tiene lugar la exposición Tendencias en Nueva York en el Palacio de Velázquez en el Retiro, donde había unas grandes lonas de Keith Haring o pinturas de Julian Schnabel. Fue una inmersión en la posmodernidad, a la que abrazamos, no por imitación o remedo, sino porque coincidía absolutamente con el lugar en que creativa y socialmente estábamos situados. La mezcla de arte, comic, dibujo, diseño, la pasión por el papel impreso y la calle como laboratorio. Llegó un momento en el que se reproducían pinturas en carteles o postales y se vendían en kioscos. ¡Eso era posmodernidad pura!

    ¿Cuál ha sido su experiencia con ARCO? Estuve principalmente con Moriarty en los 80 y Max Estrella y Estiarte después. He vivido la evolución de ARCO. Era una fiesta para los sentidos, la gente se disfrazaba para ir y el arte era absolutamente espontáneo. De ahí se pasó a la feria de galerías y mercado que es hoy día. Pasamos de exponer la obra que tuviese cada artista en ese momento, a trabajar cada año proyectos exprofeso con el horizonte de febrero, el mes de ARCO. ARCO siempre ha sido un altavoz.

    Su obra Paraísos Artificiales fue la elegida por la crítica en ARCO 2022 Sí, la adquirió la Comunidad de Madrid, pertenece a su colección, y actualmente se encuentra en el CA2M. 

    ¿Qué trajeron los años siguientes después de la Movida? La Movida terminó con la crisis de 1993. En los ochenta se había llegado a un punto en el que lo español era motivo de celebración y orgullo. España estaba de moda. Fue la exaltación de lo propio. A mediados de los 90 cambió el estribillo. Se quiso encajar en la cultura internacional. Las galerías y los museos cambiaron sus intereses. Aparecieron nuevos artistas, otros evolucionaron y algunos desaparecieron. Para mí supuso otra etapa, pasé a trabajar con la galería Max Estrella, en la que he estado catorce años, hasta 2008, mostrando pintura, grandes formatos, instalaciones participando en ferias nacionales e internacionales. Y ahora en esta etapa mi trabajo está centrado en las nuevas tecnologías y en los nuevos formatos de difusión, como las proyecciones públicas y los grandes murales, además de las exposiciones y otros proyectos. 

    Ha vivido en París, Nueva York, Caracas, El Cairo etc. y siempre vuelve a Madrid. ¿Qué es Madrid para usted? La principal herramienta que utilizo son los ojos. Ninguna obra está terminada hasta que la veo a través de los ojos de los demás. Es como el último toque que cierra un proceso creativo. Pero sobre todo son los míos los que se van alimentando de vida, de mundo, de cosas grandes y pequeñas, inconscientemente, de manera automática. Y llega un momento en el que están llenos. Saturados. No cabe nada más. Eso me ha hecho cambiar de lugar cíclicamente a lo largo de mi vida. Por eso he vivido en tantos sitios. Hasta que se me llenaban otra vez los ojos. Madrid ha sido en es- tos procesos el útero que me ha recogido siempre. Es una referencia visual y vital que me pertenece y me deja existir sin conflictos añadidos a los míos propios. Tengo esta ciudad tan interiorizada que cuando dibujo calles o edificios al azar, sin pensar, me sale Madrid.

    Siempre ha sido un artista que se ha atrevido con toda suerte de lenguajes y materiales, ¿qué aporta a su obra la tecnología? Me ha ofrecido la oportunidad de poner mi dibujo en movimiento sobre soportes inéditos, como fachadas. Me ha permitido invadir de nuevo la calle, pero sobre todo me ha abierto caminos impensables.

    ¿El movimiento está en la ciudad? Desde muy al principio el movimiento ha sido una ocupación y una preocupación en mi trabajo. Desde los primeros dibujos he intentado transmitir sensaciones, mensajes e incluso la vida a través del movimiento. La ciudad es mi ecosistema y la materia con la que sigo trabajando mi obra.

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