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    Francisco Leiro, el universo entero

    Su tierra natal, Galicia, donde el mar y la tierra se funden, le ayudó a entender la poesía y la magia entre lo líquido y lo telúrico. Su ambiente familiar, donde aprendió a amar la madera y a jugar modelando barro, condujeron a Francisco Leiro (Cambados, Pontevedra, 1957) a convertirse en uno de los artistas que protagonizaron un cambio en el arte español de principios de la década de los ochenta, una época de apertura en España cuando empezó a hablarse del arte joven. Una beca le llevó a Nueva York en 1988. Con una obra que trata sobre lo humano, le fichó la Galería Marlborough, con la que sigue desde entonces y en cuya sede barcelonesa expondrá el próximo otoño. Mar Fortuny. Foto: Jordi Socías

    ¿Cuál fue su primera experiencia con el arte? Hasta los 17 años estuve viviendo en Galicia por lo que mi primer contacto con el arte fue totalmente local, en Cambados. Pero además del entorno en el que viví, el contacto con el arte para mí está más bien relacionado con la sensibilidad frente a lo que te rodea. Los lugares, las cosas, están ahí disponibles para todos, pero de lo que se trata es de tener capacidad para vivir esos sitios y esas cosas de una forma diferente, personal, que, a falta de otro término mejor, podríamos denominar ‘artística’. Se trata de sentir una vinculación con el paisaje para mirar hasta entender las cosas. El lugar donde has nacido y te has criado no condiciona tu sensibilidad, sino que forma parte de esa condición, al igual que la formación que recibes o las personas que conoces.

    ¿Había antecedentes artísticos en su familia? Mi abuelo era ebanista y hacía muebles de encargo pero tenía una biblioteca con libros de arte que yo disfrutaba hojeando, además le gustaba mucho la escultura y hacía tallas y esculturas de barro – yo pasaba tardes en su casa modelando la arcilla -. Y había varios pintores en mi familia, mi tío abuelo Lorenzo, mi tía Brígida y mi propia madre. Mi padre también se formó como ebanista, y estudió en Santiago de Compostela en la Escuela de Artes y Oficios. Luego se dedicó a la fabricación de muebles, pero no desarrolló la vena artística de mi abuelo. Aquellos años de formación en Cambados, de los 7 a los 15 años, entre mi familia y la educación de los Salesianos, fueron decisivos.

    Usted fue uno de los protagonistas de la euforia creativa de los 80, ¿cuáles son sus mejores recuerdos de esa época? Fue un periodo de apertura porque España empezaba a abrirse al mundo… se vivía una gran ilusión porque, por fin, empezaba a hablarse del arte joven. En 1983 participé en la última exposición de Atlántica en el Pazo de Gélmirez en Santiago de Compostela. El crítico Santiago Amón vio mi obra y elogió mi trabajo, haciendo que el galerista Manolo Montenegro se fijara en mi y me propusiera una exposición individual en Madrid. Desde un punto de vista personal me gustó participar en la feria de Basilea, con las galerías Lucio Amelio de Nápoles y Windsor de Londres. Al año siguiente estuve en la bienal de São Paulo en Brasil. Fue una etapa preciosa.

    A finales de los ochenta, una beca le llevó a Nueva York, ¿qué le hizo quedarse allí?, ¿cómo le ha influenciado el ambiente de la ciudad? Me marché con una beca Fulbright en 1988 y ese mismo año contacté con la Marlborough de Nueva York. Me pidieron dos esculturas para una exposición colectiva y ya me quedé con ellos. Allí entré en contacto, no tanto con otra cara del arte moderno, que ya conocía, sino con una sociedad muy diferente a la madrileña, mestiza, donde se entremezclaban casi todas las culturas del mundo. Aquella experiencia, obviamente, enriqueció mi trabajo.

    Reside en la Gran Manzana desde entonces, ¿qué vínculos mantiene con España? Desde el momento en que me fui compartí estudio en Madrid y Cambados. Estoy en ambos países con naturalidad.

    Hábleme de sus viajes a Grecia y México para estudiar la escultura arcaica En 1981 viajé a Grecia para profundizar en el arte heleno, de las Cícladas y el arcaico. En 1986 fui a México, que me fascinó. Lo que más me gustó del arte precolombino fue la escultura azteca y algunas características de la olmeca. Mi trabajo en granito bebe de estas culturas atemporales, en concreto de la maravillosa síntesis y el esquematismo de sus obras artísticas.

    ¿Cómo le ha influenciado su Galicia natal? A todos nos marca el sitio donde nacemos. Yo soy de las Rías Bajas, donde el mar y la tierra se funden. Esto me ayudó a entender la poesía, la magia entre lo líquido y lo telúrico. En otro orden de cosas siempre me ha atraído el modo en que se ha utilizado el granito en Galicia tanto en la escultura como en la arquitectura. Me refiero a su empleo en los muros y parras o las locuras estéticas llenas de hallazgos en las llamadas ‘casas de emigrantes’ de los años sesenta y setenta. Asimismo las esculturas de guerreros castreños o las soluciones volumétricas de escultores y arquitectos del barroco que tienen su continuidad en artistas de la primera mitad del siglo XX, como Bonome o Asorey.

    Trabaja mucho la madera, ¿cómo es su relación con los diversos elementos? Utilizo todo tipo de materiales, al fin y al cabo lo importante es la escultura. Recurro a la madera por su versatilidad y la posibilidad que me brinda de crear toda clase de volumetrías. En mi caso, al trabajar con lo orgánico y usar la policromía, es el material ideal.

    Su obra trata de lo humano, ¿cuáles son sus preocupaciones e intereses? Mis esculturas giran en torno al cuerpo humano y generalmente son narrativas. En algunos casos se acercan a las fábulas y narraciones populares. También hago interpretaciones desacralizadas de temas mitológicos o religiosos. Como dice Rafael Argullol en el texto que escribió para el catálogo de mi exposición Purgatorio, “el cuerpo, entendido en su totalidad y en su profundidad, incorpora en sí mismo el entero universo, incluido aquello invisible o intangible”. Mi lenguaje escultórico apunta al movimiento del cuerpo humano, a sus gestos, a sus expresiones, a la experiencia humana, ya sea existencial, cultural o mítica.

    Ha hecho varias representaciones de Sísifo cuyos personajes tienen nombres comunes, ¿con qué intención? En mi última exposición, Purgatorio, por un lado aparecen unos personajes cargando piedras con nombres comunes inspirados en el Infierno de Dante. Dentro de esta muestra hice dos personajes bautizados como Sísifo Confuso 1 y 2. En los dos casos se trata de una ironía sobre el propio personaje mitológico. Sísifo Confuso 1 está tumbado con los brazos agarrando una bola,
    un volumen que puede parecer una piedra, y en cada pierna tiene otra piedra. Sísifo Confuso 2 juega con dos piedras como un malabarista mientras le nace otra piedra, casi como una protuberancia de la propia pierna. La intención es representar el absurdo de ciertos comportamientos del ser humano y de ahí lo de confuso.

    Volviendo a Sísifo. El año pasado, Aser Álvarez realizó una película sobre usted: Sísifo confuso. Trabajos y días de Francisco Leiro. Normalmente, cuando se va a un estudio, el artista recibe, pero no trabaja. ¿Qué grado de espontaneidad ha habido en el rodaje? Fue muy divertido y solo tuve que hacer lo de todos los días.

    La película entra en sus tres estudios: Nueva York, Madrid y Cambados. ¿Cómo organiza su trabajo en cada uno de sus estudios? En Nueva York trabajo en proyectos, dibujos y obras de pequeño formato. En Cambados abordo las obras en granito y las fundiciones mientras que en Madrid me dedico exclusivamente a la madera.

    ¿Cuáles son sus referentes? Me interesa todo tipo de arte. Desde lo más contemporáneo a lo más antiguo. También me considero un cinéfilo. El buen cine es una de las grandes artes del siglo XXI.

    ¿Cuáles son sus lecturas preferidas? Lo que más me gusta leer es ensayo, filosofía e historia.

    ¿Es coleccionista? Mi casa es un almacén de todo tipo de objetos. En Nueva York llegué a tener verdaderos problemas con los artilugios que compraba en el rastro los fines de semana. Eran objetos comunes en América que a mí me resultaban exóticos. El coleccionismo es una pasión. Tengo obras de amigos y artistas a los que admiro como Txomin Badiola, Pello Irazu, Lino Silva, Juan Uslé, Victoria Civera o Antón Lamazares.
    Francisco Leiro

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