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    Francesco Clemente, materia y espíritu

    Hemos aprendido a asociar a Francesco Clemente (Nápoles, 1952) con la Transvanguardia italiana, pero eso fue solamente una etapa de juventud en su brillante carrera, que ya había empezado en 1975, cuando Gian Enzo Sperone le hizo su primera exposición. Velázquez, Twombly y Beuys fueron algunos de los ídolos de un joven que ya se había interesado por la literatura griega y latina, la filosofía y la historia antigua en sus años de estudiante, que desarrollarían una sensibilidad estética. Con Beuys descubrió la teosofía de Rudolf Steiner. Luego en la India se sumergió en la lectura de los herederos contemporáneos de la alquimia, los místicos del siglo XX, desde Gurdjeff a Krishnamurti. En 1980 hizo su primera muestra individual en Nueva York, en la galería Sperone Westwater Fischer, en la que seguiría exponiendo en el futuro. Un año más tarde, la Gran Manzana ya sería su ciudad de acogida compartiendo arte, experiencias y amistad con Julian Schnabel, David Salle, Eric Fischl, Warhol, Katz, Marden, Basquiat, Haring, Kenny Scharf, Mapplethorpe… A partir de entonces, sus exposiciones no cesaron en galerías y museos. Cree en el fragmento y en la contaminación y su obra, rica en imágenes y sin una narrativa lineal, bebe del lenguaje de las tradiciones místicas occidentales y orientales. Tenía 22 años cuando conoció a Alba Primiceri, actriz de teatro que se convertiría en su musa y esposa, y a la que dedica la exposición Alba en la galería Javier López & Fer Francés de Madrid, abierta hasta el próximo mes de septiembre. [Foto: Jean-Marie del Moral]. Marga Perera

    ¿Cómo fue su primera experiencia con el arte? Entre los ocho y los doce años visité con mis padres todos los museos de Europa. Viajábamos en verano en un FIAT cinquecento. Yo era hijo único, a mi madre le encantaba pintar. En Madrid vi las pinturas de Velázquez. Me parecían incomprensibles, pero su intensidad era más real que la realidad. Ya quería pintar cuando era adolescente. A los dieciséis años vi las pizarras de Twombly. A los diecinueve, en Capri, le di la mano a Joseph Beuys. Entonces decidí que no quería ser nada. Pero no ser nada es difícilísimo, y empecé a hacer un gran número de dibujos a tinta que llamé “Emblemi”. Alighiero Boetti los vio y me presentó a Gian Enzo Sperone, que me organizó la primera exposición.

    Usted ha vivido en la India y no ha dejado de visitar el país. ¿Cómo han influido la cultura hindú y el budismo en su vida y en su obra? He aceptado la definición de conciencia como “continuidad” de la discontinuidad. He aprendido a esperar en un retorno del sentido de lo Sagrado, libre de las manipulaciones de religiones y autoridades. India es económicamente pobre, pero riquísima en comunidades. Cada comunidad genera tradiciones particulares. Historias, rituales, un sinfín de imágenes. Pintar en la India es fácil, se está inmerso en una cultura de imágenes, porosa y flexible. El color está en todas partes. En las culturas rurales de la India las combinaciones de colores son sorprendentes y exquisitas, porque están basadas en la alegría y en el símbolo y no en el llamado “gusto”.

    ¿Qué importancia tiene para usted la alquimia? Comparto el objetivo de la alquimia: “espiritualizar la materia y materializar el espíritu”. A los 20 años, en la biblioteca de la Sociedad Teosófica, en la India, leí los textos de los herederos contemporáneos de la alquimia, los místicos del siglo XX desde Gurdjeff a Krishnamurti. A través de Beuys conocí el pensamiento de Rudolf Steiner. Toda una tradición antimaterialista que se remonta a mi compatriota Giordano Bruno. Mi obra imita también el lenguaje de las tradiciones místicas occidentales, no sólo el de las orientales.

    ¿Cómo recuerda sus años en la Transvanguardia? A finales de los setenta la reflexión conceptual abrió un gran espacio para mirar la pintura con frescura. Hubo una generación de artistas, no sólo italiana, sino también alemana y americana, que se ancló a sus propias raíces. La invención sustituyó a la apropiación, y la pasión a la ironía. En el fondo, los años ochenta reconectan con los sesenta, expresan una fuerte rebelión contra los falsos valores del neocapitalismo. Fue una etapa corta pero feliz, rota por la epidemia del sida y la propaganda conformista de los años noventa.

    ¿Cuál fue su experiencia artística en Nueva York en los años 80? ¡Afortunada! Los artistas me acogieron con generosidad y amistad: primero Schnabel, Salle y Eric Fischl. Después Warhol, Katz, Marden, Basquiat, Haring. La última vez que los artistas europeos fueron recibidos con satisfacción en América fue durante la guerra, en los años cuarenta. Yo me quedé muy sorprendido al descubrir que Schnabel y Salle habían visto mi exposición en la Kunsthalle de Basilea con Jean Christophe Amman. Forjé una gran amistad con Keith Haring, que dedicó a mi hija un libro, Nina’s book of little things. Incluso Kenny Scharf, un artista de espíritu cómico y alegre, estaba muy unido a mi mujer y a mis hijos.

    ¿Cuáles son sus mejores recuerdos de su relación con Warhol y Basquiat? ¡Las pinturas que hicimos juntos! Desplazando muchos prejuicios y temores, y confirmando que los artistas tienen un pensamiento. El estudio de Basquiat estaba frente al mío, en la calle más sórdida y peligrosa de Manhattan. Warhol me había hecho un retrato y, a menudo, la noche de los miércoles hacíamos expediciones de aventura a Harlem después de ver los cantantes desconocidos que actuaban en el Apollo Theater. El galerista Bruno Bishofberger nos propuso hacer un conjunto de obras en colaboración. Cada uno de nosotros tres comenzaba unos cuadros que luego circulaban de un estudio a otro. Warhol estaba relativamente aislado y fuera de moda entonces y era feliz de descubrir que nuestra generación, más joven, le quería y admiraba mucho.

    También ilustró poemas de Robert Creeley, Allen Ginsberg, John Wieners… ¿Qué es la poesía para usted? Crecí leyendo a los poetas de la Generación Beat. Para Ginsberg, poesía es el significado máximo con el mínimo número de palabras. Afronto la pintura de una manera similar. Mi vínculo con América ha nacido leyendo a los profetas de la democracia y de la no violencia, Thoreau y Emerson. Luego, he admirado a Ginsberg por su valentía civil; a Creeley, por su lenguaje místico y austero, y sobre todo me ha gustado John Wieners, menos conocido, enfermo mental y pobrísimo. Cuando le preguntaron a Wieners cómo escribía poesía, respondió: “trato de escribir la cosa más incómoda posible”. También a mí me gusta pintar la cosa más incómoda posible.

    Todavía vive en Nueva York, ¿qué le aporta esta ciudad? Es la ciudad que conserva el espíritu cosmopolita centroeuropeo, devastado por las dos guerras mundiales. En Nueva York permanecen rastros de la Praga de Kafka y de la Viena de Hofmannsthal. Es también una ciudad donde un italiano del sur se siente más cómodo que un americano del Medio Oeste. Sobre todo es la ciudad donde mi extrañeza parece normal. En Nueva York hay muchas personas no sólo más inteligentes que yo, sino también ¡más locas que yo!

    Esta exposición está dedicada a Alba, su esposa y musa. ¿Qué trascendencia tiene para un artista la musa? La musa es el guardián de la paciencia, de la constancia y sobre todo del amor, todos los ingredientes vitales de la pintura. Alba, en particular, viene del teatro. Era una actriz muy conocida cuando nos encontramos. Ahora diseña vestuario para el teatro y el ballet de Jay Scheib, Thomas Ades y Karole Armitage. Tiene el terrible defecto de ser una perfeccionista y también posee el espíritu iconoclasta devastador de una italiana del sur. Así que es una musa muy crítica y poco complaciente.

    ¿Qué puede decirnos de esta exposición? Es una exposición de retratos y además de retratos de los retratos. Finalmente, los retratos se duplican reflejándose el uno en el otro. Quizás sea una reflexión sobre cuánto es posible conocer a otro o conocerse a sí mismo a través de otro.

    ¿Alba posa para usted o la pinta de memoria? Todos mis retratos son en vivo, nunca a partir de fotografías. Pinto espontáneamente, en un plazo de cuatro o cinco horas. No hago ningún dibujo preliminar ni ninguna corrección posterior. Esta exposición es una excepción porque he hecho los dibujos a tinta sobre la base de las pinturas. Estas tintas parecen bocetos para pinturas pero es justo al contrario, son realizadas después del cuadro.

    Alba llamó la atención de otros artistas, como Warhol, Mapplethorpe, Basquiat… Sí, fue retratada por Katz, Basquiat, Mapplethorpe, que era el padrino de nuestros hijos. Warhol le estaba haciendo un retrato desnuda cuando murió. En sus diarios Warhol escribió que Alba no sólo es elegante, sino que ¡también sabe cocinar! Warhol fue un gran colorista y también un espíritu satírico de primer orden que, al igual que muchas personas sensibles, se sentía muy solo.

    ¿Le ha influenciado la relación de Alba con el mundo del teatro? Conocí a Alba cuando interpretaba La partida de los Argonautas de Savinio. Un libro que ilustré un tiempo después. El teatro italiano tuvo una época feliz en la década de los 70, los años de mi formación. Alba intervino en espectáculos muy radicales basados en la imagen y no en una narrativa lineal, de una sensibilidad similar a los que años más tarde hizo Bob Wilson. También en mi obra la imagen tiene más relevancia que una narrativa lineal. Creo en el fragmento y en la contaminación.

    ¿Qué es la pintura para usted? Es tan necesaria como respirar. La pintura es un raro momento en el que el conocimiento y el placer van de la mano.

    ¿Es coleccionista? No tengo espíritu de coleccionista ¡pero recuerdo con vivos arrepentimientos todas las obras que por pereza o por exceso de discreción no he adquirido! Desde una rotunda pera de Cézanne a un tierno papel recortado de Matisse, a una silla eléctrica de Warhol. En cambio, conservo con orgullo la primera tela pintada por Basquiat, uno de los primerísimos libros de Kiefer, un retrato de Alba de Schnabel. Me encanta una imagen de Füssli, que representa una melancólica cabeza de Satán, emblema de la mente “moderna”. Una mente que ha olvidado el corazón y está fascinada por el humo, por la sombra y por la influencia plúmbea de Saturno. Tengo muchas otras obras y toda obra es el testimonio de un momento: amistad, rivalidad, admiración… ¡los artistas nunca bailan solos!

    Usted y Alba son una pareja famosa, ¿le agrada el glamour que les rodea? Alba es una criatura teatral. Viste un traje para cada papel y le gusta estar en escena, pero sólo por diversión y de corazón. Yo tengo dos cualidades, curiosidad y paciencia, que ayudan a ser sociable incluso cuando uno ama aún más la soledad.

    ¿Cómo le ha influido descender de una familia aristocrática? ¡A la palabra aristocrática debería añadirse ‘venida a menos’! Mi familia, entre otras cosas, de origen español, ha ido perdiendo propiedades durante generaciones, ya no queda nada; mi abuelo a veces empeñaba las sábanas para comprar alimentos. Partir de la nada puede ser una suerte…

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