Frédéric Ferrante nos abre las puertas de su mansión de Versalles en la que conviven muebles de época con pinturas contemporáneas y arte tribal. Profesional del negocio inmobiliario, este apasionado del arte se rodea de obras que le cautivan sin atender a sus orígenes. El resultado es un fascinante maridaje cultural donde las pinturas modernas y antiguas tienen como compañeras de viaje a misteriosas estatuillas llegadas de la Costa de Marfil y el Congo. Hay en esta colección ecléctica y a la vez especializada un genuino deseo de comprender las formas. Los artistas de las vanguardias de la década de 1920 eran en su mayoría grandes coleccionistas de arte tribal y Frédéric Ferrante se inscribe en este movimiento de reconocimiento del arte no europeo como inspiración de una parte nada desdeñable del arte moderno.