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    Carlos León en el jardín de Epicuro

    Hedonista, libre e innovador, así es el universo plástico de Carlos León (Ceuta, 1948). El artista, nombre clave de la abstracción, ha abordado el cuadro y la pintura desde todas las perspectivas posibles persiguiendo la perfecta conexión entre composición, color y gesto. Ligado en los años 70 al movimiento francés Supports-Surfaces, corriente que introdujo en España, ha llevado a cabo una incesante investigación sobre los soportes (lienzo, poliéster o dibond), la técnica (de los pinceles y brochas a las manos) y la pintura, explorando sus posibilidades expresivas. Ha expuesto en la Bienal de Venecia, en el Museo Reina Sofía, el Instituto Cervantes de Nueva York o la Fundació Joan Miró, entre otras instituciones. En 2016 obtuvo el premio de la fundación Arte y Mecenazgo y en 2022 el Ministerio de Cultura le concedió la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes. El jardín como espacio simbólico y de representación ha sido uno de los núcleos de su obra, y también es el leitmotiv de su actual exposición, The Wrong Garden, en la galería Albarrán Bourdais de Madrid.

    ¿Cómo es el jardín de su imaginación? Casi desde que comencé a pintar, el jardín ha sido un motivo recurrente en mi pintura. Lo concibo como un espacio simbólico, de pensamiento, de sensibilidad. En mis obras reflexiono en torno a ese lugar de encuentro entre los trabajos de la naturaleza, lo que sería el paisaje, y los del hombre, de la razón, de la medida, de la mano. El jardín, para mí, es todo eso. Pensando en él recorro también mentalmente la literatura, la filosofía, desde el jardín de Epicuro, al de los cabalistas españoles, pasando por la mística judía, hasta llegar a nuestros días.

    ¿Y por qué “equivocado? Tiene algo irónico, y también de confidencia. Uno se pasa la vida buscando ese jardín del que un día fuimos expulsados y tratando de regresar, aunque sea por un momento, a ese paraíso perdido. Y con los años, la vida, la dureza de la existencia, nos lleva a una revisión de la historia que, desde luego, no nos permite ser demasiado optimistas sobre el destino de la especie humana. La historia es un continuo suceder de guerras, de plagas, de catástrofes. Hay mucha violencia en la vida. Y ése es The Wrong Garden. Buscábamos el paraíso y nos encontramos en un jardín, en un lugar equivocado.

    Define su momento actual como postmadurez”. Es un término que me inventé para evitar hablar de la vejez [sonríe]. La madurez ya quedó atrás, esa etapa en la que uno piensa: “Oh qué bien, he llegado a un punto de maduración, cuando el fruto está listo para ser recogido y degustado”. Después de esa madurez, si uno sobrevive y conserva las ganas, llega la postmadurez, que es la vejez activa. Es ese momento que algunos vivimos como una nueva adolescencia pero que, a diferencia de ésta, va acompañada de la experiencia, de todo lo vivido, todo lo leído, todo aquello sobre lo que uno ha reflexionado. Y en esa etapa me encuentro, una fase de gran libertad y mucha actividad. Creo que nunca había pintado tanto como ahora, ni con tanta seguridad, ni con tanto gusto.

    ¿Siente también más deseos de arriesgar? Sí, de hecho, estos últimos cuadros son vistos con sorpresa, como diciendo “anda, aquí hay algo nuevo” porque ciertamente hay una continuidad con lo anterior pero la obra se proyecta hacia adelante de una manera audaz. Hay líneas de trabajo nuevas, gamas de colores inéditas… Y eso me anima, porque significa que estás vivo, que todavía tienes algunos frutos más que ofrecer antes de la caída final del telón.

    Cambió la Medicina por el arte. Sería largo de contar, pero resumiendo mucho, los estudios de medicina, la anatomía, las vistas al microscopio en las clases de histología, me condujeron a la pintura. Alguien me regaló un libro sobre Gauguin que despertó en mí algo tan fuerte que me llevó a elegir entre ser médico, como querían mis padres, o pintor…

    Les daría un disgusto.  Claro, y además yo tenía mucha vocación por la medicina. Pero pudo más la pintura. También era un momento de mi vida en que quería independizarme, salir de casa de mis padres. La pintura fue una tabla de salvación, me agarré a ella y ya nunca la solté. He procurado no trabajar en ninguna otra cosa, sólo hubo un paréntesis en el que me dediqué a la enseñanza, fui decano en la Facultad de Cuenca. Pero me di cuenta pronto de que la docencia me restaba energías y perturbaba mi trabajo. Preferí dejarlo, aunque eso me colocara en una situación económica más precaria.

    En 1979 se instala en París becado por la Fundación Juan March. Sí, pero antes, con 22 años, ya había viajado por mi cuenta, con mi primera mujer, que era asistente de español en un liceo. Pasé buena parte de los 70, yendo y viniendo, se convirtió en mi centro de operaciones. París estaba todavía impregnada de ese espíritu del Mayo del 68, era la ciudad de Deleuze, Derrida, Barthes, Foucault, Lacan… ¡La flor y nata de la intelectualidad estaba allí!. Fue a finales de esa década cuando me concedieron la beca March. Para cuando terminó, París había cambiado radicalmente. El que yo había conocido en 1972 no tenía nada que ver con el de 1980. Y decidí regresar a casa.

    ¿Cómo surge su vinculación con el colectivo de Support-Surfaces? Hubo un hecho trascendental en mi vida. Durante ese primer viaje a París, mientras aún estábamos en el tren, leí en Le Monde una noticia sobre la retrospectiva que le estaban dedicando en el Grand Palais a Barnett Newman, uno de los grandes del expresionismo abstracto americano. Nada más llegar, dejamos las maletas y corrimos a ver esta exposición que acabaría marcando para siempre mi trabajo. Ahí comprendí que había una manera nueva de abordar el tema del cuadro, de concebir la evolución de la pintura dentro del panorama internacional de nuestra época. Conocí a una serie de pintores de mi edad o un poco mayores que se denominaban a sí mismos Support Surfaces, era una marca registrada. También trabajaban a partir de las premisas del expresionismo abstracto americano. A su lado descubrí posibilidades que en España no había explorado, como, por ejemplo, hacer compatible una militancia política con la pintura abstracta… [Vanessa García-Osuna. Foto: Cortesía Estudio del artista]

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