Barcelonés de 1948, Enrique Vila-Matas es, en definición de su colega Rodrigo Fresán, “el más argentino de los escritores españoles” además de haber sido incluido por The Guardian entre los “cinco mejores autores latinoamericanos del momento”, por su intensa vinculación con el continente desde comienzos de los años 90. A los veinte años Vila Matas se fue a vivir a París, autoexiliado del gobierno de Franco y buscando mayor libertad creativa alquilando su apartamento a la escritora Marguerite Duras. En aquellos años subsistió realizando pequeños trabajos como periodista para la revista Fotogramas, e incluso haciendo de figurante en una película de James Bond. Hoy es considerado una de las grandes firmas de la novela contemporánea gracias a títulos como Historia abreviada de la literatura portátil, Bartleby y compañía, El mal de Montano, Doctor Pasavento, París no se acaba nunca, o Kassel no invita a la lógica. Su obra entrelaza distintos géneros literarios y diluye las fronteras entre ensayo y ficción, cuestionando la frágil condición de la literatura y reflexionando sobre sus límites y desafíos en el mundo contemporáneo. Su última criatura es Marienbad eléctrico (Ed. Seix Barral) un libro sobre la creación artística, la escritura y la amistad. Vila-Matas y la artista Dominique Gonzalez-Foerster se reunieron durante años en el Café Bonaparte de París donde experimentaron “la alegría imparable de su intercambio de ideas sin inhibiciones.” De aquellas conversaciones surgió un ensayo fascinante sobre la naturaleza del arte y de la creación. [Foto: Elena Blanco]. Raquel García-Osuna
¿Recuerda su primera experiencia memorable con el arte? Estaba acostumbrado a las exposiciones convencionales que había podido ver en Barcelona o en Madrid. Y en mi primer viaje a París, uno que hice en solitario en 1966, mucho antes de que fuera a vivir a esa ciudad, me llevé una gran sorpresa al ver que en el Grand Palais había una exposición de “machines célibataires” (máquinas solteras), y allí estaban las inventadas por Raymond Roussel en Locus Solus, la de Kafka en La Colonia Penitenciaria, las de Marcel Duchamp, el inventor del término “máquina soltera”… Quedé patitieso. No creía que se pudieran hacer exposiciones sobre temas tan raros.
¿Qué maestro del pasado [o qué artista moderno] le hubiera gustado conocer, y qué le preguntaría? Conocí a Dalí, al que visité en su casa de Port Lligat y para la revista Destino le pregunté muchas cosas en torno a Lacan, Freud y Raymond Roussel y salí transformado de esa visita a la casa del genio. Muy cambiado, porque recuerdo que pasé el resto del día sin poder relacionarme con los amigos porque los encontraba a todos muy poca cosa. Fue mi venganza, creo, por el escaso caso que me habían hecho ellos hasta entonces. A Duchamp le veía jugar al ajedrez en Cadaqués con Enrique Irazoqui (el Cristo de Pasolini), pero nunca me acerqué a decirle algo; sabía que hablaba poco y yo en esos días no hablaba nada.
Un museo o lugar que le inspire de forma particular. Sin duda el pequeño museo Delacroix, en la plaza de Fürstenberg en París. Me gusta pasar horas en su jardín o en el que fue el taller del gran pintor.
Un encuentro o una personalidad que le haya dejado huella. El escritor Sergio Pitol, por ejemplo, gran amante del arte.
¿Qué famosa obra de arte se llevaría a su casa? La Gioconda. Pero actuaría como el argentino que la robó a principios del siglo pasado. Me la llevaría a casa y la escondería debajo de mi cama. ¿Sabe lo que puede ser dormir durante dos años con La Gioconda debajo de tu colchón?.
¿Qué obra icónica le hubiera gustado crear? El obelisco de la Concorde.
Un creador que le haga soñar. Duchamp, Richter, Kiefer, Barceló.
Un descubrimiento excitante [de un artista, una obra de arte, un lugar] Dominique Gonzalez-Foerster. He terminado haciendo un libro con ella y todo. Es muy interesante lo que hace y también lo que hace el grupo de artistas franceses de su generación (Parreno, Huyghe, entre ellos).
Una obra o un artista que tengan un significado personal especial. El pintor Durancamps, que era amigo de mi abuelo. Y en concreto un bodegón suyo que estaba en casa de mi abuela y que por mi aversión a los peces muertos no podía ver mientras comía, de modo que gozaba del privilegio de que me sentaran siempre de espaldas a ese cuadro.
¿Qué creador reivindicaría que el gran público aún debe descubrir? Mi hermana Tere Vila-Matas, que fue la primera “pintora china” de este país. Hace ya cuarenta años que articula un lenguaje propio que mezcla su occidentalidad con conceptos estéticos orientales y una técnica china milenaria. Su pintura es una apuesta original que consigue resultados sorprendentes. Es buenísima. Quien la descubra, tendrá su día de suerte.