El Museo del Modernismo de Barcelona celebra el 150 aniversario del nacimiento de Ramon Casas (1866-1932), uno de los artistas más representativos del Modernismo catalán y del cambio de siglo europeo. Una exposición que podrá visitarse hasta el 8 de mayo, comisariada por Gabriel Pinós, reúne dibujos, óleos, carteles, objetos personales y herramientas artísticas, procedentes de los fondos del propio museo y de colecciones privadas.
La afición de Ramon Casas por el arte fue muy precoz y a los 12 años entró en el taller de Joan Vicens; de familia acomodada, con sólo 15 años, hizo el primero de sus numerosos viajes a París. Entró en la academia de Carolus-Duran, la mejor del momento, y entró en contacto con la bohemia parisina y con artistas que iban a protagonizar las vanguardias artísticas. La veneración por Velázquez que se vivía en la prestigiosa escuela también influyó en él, y uno de sus retratos presentados en 1890 en el Salon de París fue el inicio de una brillante carrera para el joven artista –tenía 24 años–, que acabó siendo el gran retratista de la burguesía parisina. Pintor, ilustrador, dibujante y cartelista, Casas siempre tuvo un gran interés por retratar, y para sus primeros retratos fue su familia quien le hizo de modelo, como el de su hermana Elisa, de 1883, cuando el artista tenía sólo 17 años. En 1897, se fundó en Barcelona Els Quatre Gats, la cervecería donde se reunían artistas e intelectuales que vivían las inquietudes de la modernidad y que atraía a personajes de la vida cultural y política, de los que Casas hizo numerosos retratos al carbón, muchos de los cuales se publicaron en Pèl & Ploma, que recogía la actualidad cultural de la época y se editó desde 1899 a 1903; la revista fue una de las obras no pictóricas más importantes de Ramon Casas, que realizó con la ayuda de Miguel Utrillo. Casas fue el gran dibujante del semanario y en la exposición hay una selección de los originales para Pèl & Ploma, entre los que destacan los dibujos de figuras femeninas que, a diferencia de sus retratos en los que se centra en captar la expresión fidedigna del modelo, su interés es crear un tipo de mujer, sensual, moderna y elegante, con gran importancia del vestido, el peinado y los complementos, con un aire más genérico que personalizado, y que constituye un gran documento de la estética de la vida moderna del cambio de siglo. En toda la obra de Casas la mujer tiene un papel importante, tanto en la esfera privada como en la social y pública, como puede verse tanto en sus pinturas como en sus carteles. Es a destacar la interesante modernidad de sus composiciones, como puede apreciarse en El beso de buenas noches, de 1890, con un atrevido escorzo de espaldas; en La mandra, de 1901, e incluso en La carga, de 1899. En la exposición puede verse que Casas fue realmente un pintor de la vida moderna. Uno de los signos de esta exaltación de la mujer moderna es el automóvil, el nuevo signo de modernidad que sustituía a los coches de caballos, como La automovilista, de 1904. También pintó elegantes escenas, muy sensuales, como Dama en interior, de 1917, plasmando a la mujer en su privacidad, un tema que tuvo un gran atractivo para los pintores impresionistas y los nabis. A lo largo de su carrera, Casas pintó a sus amigos, a la burguesía y a Julia, su joven y bella modelo de 18 años cuando él tenía 40, que fue modelo, amante y esposa. En sus retratos trató con virtuosismo la expresión y el gesto, transmitió sentimientos y un alto sentido de la elegancia. En la muestra hay varios retratos de Julia, algunos de ellos caracterizada como chula, un motivo muy querido por Casas, como Chula con pañuelo verde, de 1987. También fue Carolus-Duran quien inculcó en Ramon Casas el gusto por los temas españoles y castizos, y fue en 1896 cuando inició sus famosos temas de chulas y manolas. En cuanto al paisaje, pintó escenas tanto en paisajes urbanos como naturales, como vistas de Montmartre y París, o como el apacible El descanso de los ciclistas, de 1896; vistas de Barcelona, de la Costa Brava, o Cruz de término, Sitges, de 1908, donde se refleja el luminismo de la Escuela de Sitges y los vínculos que tuvo, junto con sus amigos, con esta bella población marinera, que la convirtieron con sus fiestas en un paraíso modernista. Casas fue un artista singular, un gran cronista de su época; no sólo pintó la transformación social con la modernización de la industrialización, con el lado hedonista de la vida moderna, sino también los conflictos sociales con sus polémicas obras, como Garrote vil, de 1894, y La carga. También supo captar el silencio que tantas veces vivió en el Monasterio de Sant Benet de Bages, ya que estuvo muy vinculado a su vida: lo había comprado su familia en 1909, quien encargó su restauración al arquitecto Josep Puig y Cadafalch. Casas lo convirtió en residencia de verano, donde solía invitar a sus colegas Rusiñol y Deering. En 1931, el Monasterio fue declarado monumento nacional. En la exposición se recuerda la importancia que tuvo el cartel, en el cambio del siglo XIX al XX, por el desarrollo industrial y comercial de las ciudades y la necesidad de dar a conocer los productos. Los artistas vieron en el cartel una expresión de modernidad; fue el inicio de los carteles publicitarios, antes de que llegara el “diseño”, y fueron icónicos por sus cualidades pictóricas, con gran influencia en su época. En la exposición pueden verse extraordinarias muestras, como los carteles del Champagne Codorniu, Anís del Mono o Cigarrillos París. [En imagen: Los cigarrillos París son los mejores, 1901 © Museu d’Olot]