Durante la primera mitad del siglo XVII, ningún retratista de la corte de La Haya recibió tantos encargos como Jan van Ravesteyn que llegó a convertirse en el pintor de cámara de la Casa de Orange-Nassau. Su biógrafo más antiguo, Karel van Mander, decía de él que era “(…) un muy buen pintor y retratista […] que posee una hermosa y buena mano”. En 1598 se unió a la Cofradía de San Lucas y en 1656 fue invitado a formar parte de la recién fundada sociedad de artistas La Pittura. Recibió encargos de muchas de las grandes figuras de su tiempo que apreciaban su estilo elegante y su detallismo al reproducir los trajes de la época. Un ejemplo del preciosista estilo que le hizo famoso es Retrato de una joven golfista, en el que pinta a una joven damita sosteniendo su palo de golf. Este delicioso cuadro, preciado entre 140.000 a 210.000 euros, es uno de los lotes más curiosos de la subasta que Sotheby’s dedica a los antiguos maestros el 4 de diciembre en Londres.
El lote estelar del catálogo, sin embargo, lo firma Francisco de Zurbarán, el Caravaggio español, que lidera la venta con Cristo en la cruz estimado entre 3 y 4 millones de euros. Zurbarán ha pasado a la historia como el pintor monástico por excelencia, absolutamente identificado con la pasión devota y el prodigio milagroso.
José de Ribera fue uno de los artistas más apreciados por el rey Felipe IV que llegó a poseer más pinturas suyas que de ningún otro creador español (alrededor de cien). El Españoleto firma un retrato de Santiago el Grande, valorado entre 350.000 y 450.000 euros, el mismo precio de salida que tiene una conmovedora Pietá de Luis de Morales. Su apelativo de El Divino fue explicado así por el tratadista Antonio Palomino: “(…) porque todo lo que pintó fueron cosas sagradas, como porque hizo cabezas de Cristo con tan gran primor, y sutileza en los cabellos, que al más curioso en el arte ocasiona a querer soplarlos para que se muevan, porque parece que tienen la misma sutileza que los naturales.”