Dice no haber sentido la llamada de la pintura, a pesar de crecer junto a uno de los pintores que marcaron el arte español de postguerra, su padre, Rafael Canogar, cofundador y miembro más joven del grupo El Paso. Pero lo que Daniel Canogar (Madrid, 1964) sí comparte con su progenitor es un espíritu curioso que le empuja a transitar nuevos territorios, en su caso, la encrucijada entre la tecnología y el arte. Si el padre quiso agitar la tradición con su abstracción, el hijo pretende “romper los límites de la pantalla” ofreciendo una poderosa experiencia sensorial a través de sus instalaciones. Este creador multidisciplinar, un referente en arte digital, está volcado en estos momentos en una obra generativa sobre las células humanas, encargada por el CNIO (Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas), un proyecto fascinante que será la culminación a dos décadas de investigaciones artístico-científicas. [Vanessa García-Osuna. Foto: Alberto Feijóo]
Si la infancia es la patria del hombre, según Rilke, ¿cómo le marcó la suya? Como hijo de Rafael Canogar, cofundador del grupo El Paso. ¿Podría compartir algunos de sus primeros recuerdos con su padre relacionados con el arte? Nací y me crié en un entorno en el que hacer arte era lo más cotidiano y normal. Había obras de arte, de mi padre y de otros artistas de su generación, por toda la casa. También una procesión constante de artistas y gente de la cultura que pasaban por casa. Fue un ambiente estimulante para crecer. A mi padre le recuerdo trabajando incansablemente en su estudio. Su ética profesional y fe ciega en lo que hacía me caló hondo. Pero fue realmente mi madre, que había estudiado en la Academia de Arte en Roma, la que estimuló más la faceta artística de sus hijos. Si mi padre nos aportó la seriedad profesional, mi madre, quizás, nos mostró el lado más placentero de la creación.
A pesar de crecer junto a un artista consagrado, consiguió tener una voz propia. ¿Comparte con su progenitor una cierta visión del arte? Mi padre y yo tenemos una concepción del arte bastante distinta, si bien creo que nos admiramos mutuamente. Creo que hay diferencias generacionales importantes. El viene de una generación muy entregada al trabajo de taller y centrada en explorar las posibilidades de un medio concreto (la pintura, la escultura,…). En cambio yo pertenezco a una generación de artistas que nos vemos más como investigadores, y saltamos de un medio a otro según el tema que queremos explorar.
Como decía, ha vivido rodeado de artistas desde su nacimiento. ¿Qué creadores le dejaron huella? Me marcó mucho la obra de Wolf Vostell. En los años 70, durante unos meses, vivimos en Berlín y mis padres conectaron con los Vostell por estar él casado con una española. Recuerdo su casa llena de impresionantes esculturas hechas con trozos de automóviles y motos de
la Segunda Guerra Mundial, trabajos con video, y un estilo de vida muy libre y atrevido. Ya de adulto he comprendido más su contexto cultural y su protagonismo en la contracultura berlinesa de los años del Muro, pero de niño lo viví como un choque fascinante con la represión que se respiraba en el Madrid tardofranquista. Las instalaciones, performances, fotografías trabajos de video de Vostell no acababa de entenderlos de niño, pero me atraían enormemente. Me ayudaron a imaginar otra forma de hacer arte que no fuera pintura o escultura.
Su primera vocación fue la de fotógrafo desde que se comprara una cámara de fotos en el Rastro. ¿Nunca sintió la llamada de la pintura? ¿Qué le atrajo de la fotografía? ¿Qué le hizo dar el paso de la fotografía a la imagen proyectada y la instalación? Descubrí el laboratorio fotográfico a los 14 años. En casa había uno que usaba mi padre para documentar sus pinturas. Me atraía todo el ritual que lo rodeaba, el olor a químicos, la iluminación roja, la luz que salía de la ampliadora y quemaba el papel fotosensible. Pero sobre todo era la magia y la emoción de ver una imagen surgir ante mis ojos sobre el papel fotográfico. Quizás nunca tuve la pulcritud para llegar a ser técnicamente un buen fotógrafo (mis negativos estaban siempre llenos de polvo), pero esos años de mi adolescencia en el laboratorio se han quedado conmigo para siempre. Fue natural mi transición al mundo de las proyecciones, de las instalaciones experienciales, y mi pasión por la luz y la oscuridad que siempre está presente en todos mis proyectos. Nunca sentí la llamada de la pintura… lo que me fascinaba era la imagen fotográfica y después el abanico de posibilidades que me ofrecía la imagen en movimiento.
Reivindica la idea del artista como investigador, no mero creador de objetos estéticos. ¿Qué áreas de la ciencia le resultan más sugestivas? ¿Le asesoran científicos en algunos de sus proyectos? Ahora mismo estoy trabajando en un proyecto para el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO) para desarrollar una obra de arte generativa sobre las células humanas. Esta pieza usará data que me van a ceder científicos que trabajan en el Human Cell Atlas, un proyecto descomunal que pretende mapear los trillones de células que tenemos en el cuerpo humano. Cuando veo la escala y la trascendencia de estos proyectos de investigación, me entra una dosis de humildad como investigador artístico. Aun así, tengo la esperanza de que la aportación de la investigación artística sirva también para avanzar en el proyecto humano.
Le han llamado “artista de la chatarra” por el uso que hace de materiales tecnológicos, que recupera y re-significa. En la época de la “obsolescencia programada”, ¿qué valor da al reciclaje? Lamentablemente he descubierto que el reciclaje que hacemos los ciudadanos ha sido una trampa que nos ha permitido seguir consumiendo sin parar. Salvo excepciones, estamos empezando a entender que el reciclaje ya no es una vía para solucionar el problema de exceso de residuos que generan nuestros hábitos de consumo, y quizás por ello hemos perdido unos años muy valiosos para la salud del planeta. Más que reciclaje, me interesa la reutilización de nuestros objetos descartados, darles una nueva vida en vez de tirarlos con excesiva rapidez. Muchas de mis obras recientes investigan la obsolescencia como paradigma social, y cómo detrás de nuestra cultura de usar y tirar hay un miedo al deterioro de nuestros cuerpos, y en último término, pánico a la muerte. Está claro que tenemos que cambiar nuestros hábitos de consumo, pero también la relación con nuestra propia salud y la del planeta.
¿Es verdad que conserva todas las cámaras, ordenadores…con los que ha trabajado? ¿por qué razón? ¿sentimental o documental? Me siento muy apegado a ellos porque son parte de mi propia arqueología, de mis memorias, de mi pasado. Muchas de estas tecnologías acabo reutilizándolas en mis obras de arte. Mientras esperan, son parte de mi museo privado de
la tecnología obsoleta. Todavía conservo mi primer ordenador que compré en 1987: un Mac Plus. ¡Pensaba que con él estaba preparado para el futuro!
Se mudó a Nueva York casi adolescente sin conocer a nadie y sin apenas dinero y acabó quedándose 10 años. Reconoce que allí encontró su voz artística Allí entendí que la fotografía ocupaba un lugar central en el medio artístico, y ése fue un descubrimiento crucial para mi, que venía de España, donde era vista casi como un hobby. Años después pude hacer mi master de bellas artes en la universidad de Nueva York. Allí recibí la atención y los consejos que tan desesperadamente había buscado hasta ese momento como autodidacta. Mis profesores me ayudaron a encontrar mi voz artística, una voz centrada en preocupaciones existenciales sobre el impacto de la tecnología en el ser humano, y exploraciones sobre el simbolismo de la luz y la oscuridad en la cultura visual. La ciudad en sí fue una gran educación: todas las semanas veía docenas de exposiciones en galerías y museos. A lo largo de diez años, tantas muestras visitadas y estudiadas me proporcionaron un enorme bagaje para concebir mis propias exposiciones.
En su trabajo emerge la contradicción tecnofilia/tecnofobia. ¿Qué faceta pesa más en usted? ¿el impacto de la tecnología nos “deshumaniza”? La historia de la civilización y sus avances es también la de una cadena de invenciones e innovaciones técnicas. A veces estas tecnologías nos han servido bien pero en otras ocasiones nos han desbordado y su impacto ha sido destructivo. Cuando mejor nos han servido ha sido cuando las hemos tenido cerca, cuando las hemos integrado como algo propio. Es así como conseguimos humanizarlas. Al mismo tiempo no hay que olvidar que las tecnologías nos cambian para siempre. Me fascina este pulso entre humanizar la tecnología, y como al mismo tiempo la tecnología nos robotiza y nos convierte en algo fundamentalmente diferente a lo que éramos. Ése es el gran dilema que tiene el ser humano, y que yo investigo en mis obras de arte.
Otra de sus grandes preocupaciones es el medioambiente. ¿Una obra de arte puede servir para que tomemos conciencia de nuestra capacidad destructiva? No hago mis proyectos medioambientales con afán activista, sino como una necesidad vital de expresar al mundo mi rabia y frustración por el deterioro que está sufriendo el planeta a causa del ser humano. A través de mis obras, conecto con otras muchas personas que comparten conmigo semejantes emociones, y esto nos hace sentir un poco menos solos. Sin duda, el activismo es fundamental, imprescindible diría, con o sin arte. Muchos artistas conciben sus obras como una forma de activismo, y esto es muy loable. Yo personalmente necesito trabajar en la retaguardia, y usar la libertad que me ofrece el arte para investigar cómo estoy procesando emocionalmente estos cambios tan preocupantes en la salud del planeta.
Ha explorado los efectos del exceso de información que nos bombardea a diario. ¿Cómo afecta esta saturación de imágenes a la capacidad de percibir? El bombardeo de información nos anestesia. Pero también genera un sobreestímulo neuronal que nos convierte en adictos de esta información. Nos sentimos perpetuamente inquietos y distraídos, incapaces de mantener la atención durante apenas unos segundos. Mi trabajo actual se plantea como un antídoto a esta ansiedad psíquica, creando obras hipnóticas que invitan a contemplarlas como una forma de meditación. Creo piezas sobre el exceso y la fragmentación visual, pero cuyos resultados paradójicamente consiguen un estado armonioso al destacar ritmos internos que el torrente constante de información no nos deja ver. Me alío con la informática para encontrar estos patrones que el aparato sensorial humano no puede detectar.
Aunque usted se mueve en la última frontera del arte, ha reconocido influencias de maestros antiguos como Velázquez, Zurbarán y Goya, sobre todo en su uso de la luz. De ellos me interesa fundamentalmente su trabajo con la luz, y la oscuridad. Como artista madrileño, y al mismo tiempo castellano, he crecido en un entorno cultural y geográfico de sombras duras, sol deslumbrante y contornos definidos. Todos estos elementos han aparecido siempre en mi trabajo, y luego, por sorpresa, los he detectado en las pinturas de los grandes maestros de la pintura española. Descubrir este hilo conductor me ha hecho pensar en lo importante que es la región geográfica y cultural en la que naces y creces. Nos marca mucho más de lo que pensamos.
Ha dicho que el arte es un barómetro emocional que mide el momento en el que estamos. ¿Cree que vivimos un cambio de era? Pienso que en las últimas décadas hemos estado andando sobre un camino peligroso a nivel medioambiental. El planeta está quejándose, y a pesar de ser conscientes del progresivo deterioro, no cambiamos nuestros hábitos o sistema económico. Ahora estamos en mitad de una pandemia que no sabemos muy bien a donde nos va a llevar. Pero en lo que sí coinciden diversos científicos es que la paulatina destrucción del medioambiente, y la intromisión del ser humano en espacios naturales a los que antes no accedía, nos ha hecho extremadamente vulnerables a patógenos, incluyendo la Covid-19 y muchos otros que pueden seguirle. La crisis sanitaria viene acompañada de otra económica y social. Sin haberlo visto venir, estamos en medio de un cambio de era que nos va a obligar a tomar unas decisiones colectivas con profundas consecuencias para nuestro futuro inmediato y a medio plazo. Y en medio de esto está el arte, o más bien, el mercado del arte, cuyo modelo económico depende totalmente de la globalización, los viajes, las ferias y bienales y otros eventos a los que ahora no podemos atender. En momentos bisagra como el actual, la creación potencialmente tiene un enorme protagonismo. Entre otras cosas, nos puede ayudar a imaginar otros mundos, divisar alternativas a lo que hasta hace poco dábamos por sentado. Nuestros canales habituales de distribución y contacto con el público están siendo desafiados por el distanciamiento social. Pero tengo claro que el arte siempre sorprende, y buscará su forma de encontrarse con el público, un nuevo público y quizás también un nuevo arte que hasta ahora nunca pudimos imaginar.