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    Bacon y las caras del amor

    Pintado en 1963, Tres estudios para un retrato de George Dyer, marca el inicio de la relación de Francis Bacon con quien fuera su amante e inagotable fuente de inspiración. Este tríptico, que sale a pujas en Christie’s el 17 de mayo en Nueva York con una estimación de 46,6 a 65,3 millones de euros, fue el primer retrato que Bacon hizo de su pareja cuyo rostro inmortalizó en cuarenta pinturas muchas de las cuales se crearon tras su muerte en París en 1971. La belleza convulsa de estos óleos refleja la turbulenta pasión que envolvió la relación amorosa, y es uno de los únicos cinco trípticos de Dyer que el angloirlandés pintó en una escala íntima. Esta obra perteneció al escritor Roald Dahl, amigo íntimo del pintor y admirador acérrimo de su arte desde que lo descubriera en una exposición itinerante en 1958. Sin embargo, su situación financiera en aquel momento no era tan boyante como para permitirle coleccionar sus obras. No obstante, en la década de 1960, la carrera de Dahl alcanzó nuevas cimas. Publicó títulos famosos como James y el melocotón gigante o Charlie y la fábrica de chocolate, y escribió el guión de la película de James Bond, Sólo se vive dos veces. Alentado por su recién descubierto éxito, entre 1964 y 1967, Dahl adquirió cuatro obras de Bacon, juiciosamente escogidas, entre ellas, éste tríptico. Loic Gouzer, vicepresidente del departamento de Arte Contemporáneo y de Posguerra, señaló: “Dyer es para Bacon lo que Dora Maar fue para Picasso. El Francis Bacon que hoy conocemos, no existiría sin el encuentro transformador que tuvo con George Dyer”. Durante los últimos 40 años, Tres estudios para un retrato de George Dyer ha sido la pieza central de muchas de las exposiciones más importantes del artista. Fue incluido en la retrospectiva de Bacon celebrada entre 2008 y 2009 que viajó a la Tate Britain de Londres, al Museo del Prado de Madrid y al Metropolitan de Nueva York. Del elenco de pintorescos personajes que entraron en la vida de Bacon, George Dyer fue quizás uno de los más cautivadores. Los dos hombres se habían conocido en el Soho en el otoño de 1963. Como recordaba Bacon: «Yo estaba bebiendo con John Deakin, que acababa de hacerme unas fotografías. George estaba en el otro extremo del bar, se nos acercó y dijo: ‘Parece que lo estáis pasando bien. ¿Puedo invitarte a una copa?’ Y así fue como lo conocí. Tal vez nunca me hubiera fijado en él de otra manera”. Dyer era un hombre guapo que cuidaba minuciosamente su apariencia. Vestía trajes impecables y corbatas finas firmemente anudadas. Casi siempre ansioso y con un perenne cigarrillo entre los dedos, era también un ser frágil, socavado por un sentimiento de falta de propósito en la vida. Criado en el East End de Londres, de niño había sido un pequeño ladronzuelo. No logró prosperar y Bacon bromeaba diciendo, «creo que de alguna manera [George] era demasiado agradable para ser delincuente» (Michael Peppiatt, Francis Bacon: Anatomy of an Enigma).

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