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    Gary Nader: el latino que quiere cambiar la historia

    Nacido en el seno de una familia de marchantes de origen libanés, Gary Nader es una de las figuras más poderosas del mundo del arte. Si algo no se le puede negar a este arrojado dominicano que empezó a vender cuadros cuando algunos niños aún aprender a leer es su carácter visionario pues vaticinó la revalorización del arte latinoamericano hace treinta años. Desde sus inicios, su cruzada personal ha sido reivindicar la importancia del arte latinoamericano. Y esa loable causa impulsa hoy su proyecto más ambicioso: el Nader Latin American Art Museum (LAAM) un centro multidisciplinar para la difusión del arte y la cultura latinoamericana ubicado en el Miami Dade College y que exigirá una inversión de 725 millones de euros. Hay cuatro empresas compitiendo por adjudicarse el proyecto y Gary Nader, a través de la corporación, Nader + Museu I, LLP, ha ofrecido al Miami Dade College la mayor contribución financiera hecha nunca por un filántropo latinoamericano a una institución estadounidense: 108 millones de euros. Además, donará su colección de arte latinoamericano valorada en más de 50 millones de euros. Vanessa García-Osuna

    ¿Cómo le influyó criarse en una familia de galeristas? Recuerdo mi primera visita, a los 6 años, a la galería que mi tío George tenía en Haití. Nunca había visto una sala tan inmensa repleta de obras de arte. ¡Y desbordada de compradores!. En aquella época Puerto Príncipe era el Saint Barth actual. Atracaban los cruceros y la gente compraba arte haitiano. Mi tío se dio cuenta de que yo prestaba gran atención a las obras, y me regaló un libro que había publicado sobre sus artistas. Me quedé dos horas mirando los cuadros y hojeando el libro, y al final del día, ya era capaz de reconocer cada pintura. ¡Había heredado la memoria fotográfica de mi familia!. Poco después mis padres abrieron una sala de arte en República Dominicana. Tan pronto acababa las tareas escolares me iba corriendo a la galería y pasaba tardes enteras allí. Con sólo 9 años, empecé a hacer mis pinitos como vendedor. Ya conoce la fama que tenemos los libaneses de buenos vendedores [dice riendo]. Aprendí viendo a mi padre. Nos llegaban doscientos o trescientos clientes a la semana y despachábamos cientos de obras. ¡Era sensacional!.

    A los 19 años abre su propia galería. Así es, y a los 20 años decidí convertirme en socio (minoritario) de la galería familiar porque mi padre quería darle nuevos aires. Él era promotor inmobiliario, construía hoteles y edificios y cada vez podía dedicarle menos tiempo a la galería, mientras que yo estaba entregado en cuerpo y alma. Nuestra sala era el “meeting point” de la intelectualidad dominicana. Y también de los diplomáticos, los ministros y presidentes extranjeros que visitaban el país. Eso me permitió conocer a personalidades muy interesantes.

    ¿Recuerda alguna que le hiciera especial ilusión? ¡Fueron tantas!. Por allí pasaron todos los presidentes latinoamericanos. Julio Iglesias, por ejemplo, venía y se quedaba dos horas. La galería era el centro cultural más estimulante del país, y mi papá un tipo encantador. Todo el mundo acudía para tomarse un cafecito o un whisky con él.

    Teniendo en cuenta esta asombrosa precocidad, usted tiene una panorámica privilegiada para valorar cómo ha cambiado el mundo del arte. Yo estudié Administración de Empresas (me gradué con Matrícula de Honor) siendo el primero de mi promoción. Y apliqué lo aprendido en la universidad al arte. Me di cuenta de que Miami era una plaza crucial. Me sorprendía que una ciudad abierta al mar y tan próxima a Latinoamérica y a Europa, un lugar rabiosamente cosmopolita, estuviera más atrasada en cuestión de arte que la República Dominicana. ¡Aquello era un páramo!. Yo sabía que la gente que compraba en Sotheby’s y Christie’s adoraba Miami. El latinoamericano la prefiere antes que Nueva York. Y los jóvenes de mi generación empezaron a estudiar aquí, a disfrutar de sus discotecas y sus playas. Siempre digo que Miami está llamada a convertirse en una gran metrópolis por su ubicación geográfica y porque tiene gente venida de todo el mundo que la está cambiando vertiginosamente.

    ¿Cómo llegó usted a Miami? En mi país yo ganaba más dinero con la galería que el propio presidente del gobierno. A los 22 años ya había vendido todo lo vendible, tenía millones en el banco, había triunfado, pero sentía que la isla no me ofrecía alicientes. A eso se unió una circunstancia personal, tuve que traer a mi hija a Estados Unidos en busca de atención médica especializada.

    ¿Qué opinó su familia? Cuando le conté a mi padre que quería abrir una galería en Miami me dijo: “¿por qué ahí? ¡es un desierto!. Vete a París o Londres.” Le expliqué que esas ciudades ya estaban hechas y que yo deseaba ser parte de una que creciera conmigo. Sabiamente, mi padre pronosticó: “te va a llevar veinte años”, a lo que yo repliqué: “Sí, pero va a ser muy divertido”. Y en efecto, los dos primeros años fueron complicados.

    ¿Cómo empezó? Decidí abrir una “dealer shop” es decir no tienes galería propia sino que actúas como intermediario presentando las obras en diferentes espacios, y trabajando mucho con Sotheby’s y Christie’s. Desde una época temprana yo había descubierto que Matta, Lam, Botero y Torres García, los cuatro artistas latinoamericanos más importantes, habían vivido en París, salvo Torres García, que lo hizo en Barcelona. Entonces decidí trasladarme a Europa para ver qué podía encontrar de ellos. Mi llegada a Madrid me causó una desilusión total.

    ¿Qué le decepcionó? Pensaba que en la “madre patria” los artistas latinoamericanos tendrían una presencia notable, y lo único que encontré fue un pequeño dibujo de Torres García. Cada vez que preguntaba por algunos de estos creadores me decían, “si quieres algo de ellos tienes que ir a París.”

    ¿Se marchó entonces a París? Sí, a la semana. Era 1986 y en aquella época, la ciudad contaba con doscientas galerías, de hecho se editaba una agenda llamada Guide de Galeries, de cien paginas, que incluía un listado de artistas detallando en qué galería estaban. Me pasaba en la calle doce horas diarias, rastreando, investigando y comprando obras. Me traje a Miami dos Lam, dos Matta y dos Botero. Paradójicamente, pese a ser el artista cubano más reconocido del mundo, los cubanos de Miami no conocían a Lam; de Botero había oído hablar alguno que otro; de Matta pensaban que era francés; y de Torres García decían que era difícil de entender. En fin, fueron unos principios duros.

    Pero su motivación nunca flaqueó… No, aunque los obstáculos eran grandes. La gente no entendía y me miraban pensando: “este muchacho me está pidiendo 150.000 dólares por un cuadro. ¡Está loco!”. Entonces yo argumentaba que era una obra significativa de Lam que en el futuro costaría millones, porque sus contemporáneos, Picasso, Matisse y Chagall ya se cotizaban en decenas de millones de dólares en esa época. Y era imposible que estos grandes artistas latinoamericanos estuvieran tan devaluados.

    Háblenos de su faceta como coleccionista. A veces me emociona más comprar un artista que está en el ecuador de su carrera que un gran maestro. Mi colección es muy extensa, tengo obra importante de Matta, Lam, Tamayo, Botero, Torres García, Siqueiros… Colecciono desde hace treinta años con el propósito de exponerla en el museo que estamos construyendo. Cuando se inaugure será el centro cultural latinoamericano de referencia en el mundo. El museo ya tiene más de mil obras y estamos en negociaciones con el Miami Dade College y si aceptan nuestra propuesta, el proceso se pondrá en marcha en unos tres años. El museo, y este es un aspecto a tener en cuenta, no hablará sólo de arte sino de la cultura latinoamericana en su globalidad. Además de exposiciones se celebrarán eventos para promocionar la gastronomía, la danza, la música y el teatro. Lo mejor que los latinoamericanos hemos dado al mundo, además de las mujeres más lindas [dice con un guiño] es nuestra cultura, nuestro arte.

    Tengo entendido que en su equipo está Emilio Estefan. Así es, Emilio es mi mejor amigo, cuenta en su haber con 23 premios Grammy y ha producido grandes espectáculos, entre ellos, el exitoso musical On your feet.

    ¿Ha descuidado España su labor como puente entre las dos orillas del Atlántico? Me temo que sí. Cuando yo llegué a Madrid hace treinta años, me desalentó el panorama. Me sorprendió que no hubiera una mayor interacción con Latinoamérica pese a los vínculos históricos que nos unen. Es decepcionante que las cosas no hayan cambiado demasiado. Madrid debería tener un centro cultural permanente, un lugar donde hacer intercambios de ideas, de exposiciones…. Está la Casa de América, sí, pero es absolutamente irrelevante. Cuando abramos nuestro museo, la percepción sobre el arte latinoamericano va a cambiar radicalmente.

    Además de coleccionar autores consagrados también apuesta por los jóvenes. Yo apuesto por ellos a título personal. Hay que diferenciar entre lo que entra en un museo y lo que uno puede hacer en su esfera particular. No puedes exponer artistas emergentes en museos porque aún no se lo merecen. Primero deben hacer currículo teniendo presencia en bienales, galerías y museos pequeños. Lamentablemente el 90% de los creadores jóvenes desaparecen, es una realidad irrefutable. Los museos deben apoyar a los que ya tienen una trayectoria a sus espaldas, a los noveles deben darles su oportunidad las galerías.

    No es raro encontrar recién licenciados con precios exorbitantes. ¡Es esperpéntico! Es fruto de la ignorancia de los coleccionistas y una perversión del mercado. Lo que estos compradores tienen en las manos no vale nada, porque el tipo dejó de pintar o lo que hace es muy malo. Yo diferencio entre coleccionista e inversor.

    ¿Cree que hay una excesiva mercantilización del arte? Por supuesto, pero es una burbuja que cuando explote perjudicará a mucha gente. Es una estrategia orquestada entre varios galeristas, coleccionistas y casas de subastas. ¡Es asqueroso! Yo no me presto a esas infamias. El arte no es un negocio. Hay que disfrutarlo por su valor intelectual. Tal vez tengas la suerte de poder adquirir algo interesante que se revalorizará pero a menudo compras algo hoy y mañana no vale nada. La forma en que el mercado maneja a ciertos artistas que tienen en su currículo apenas dos exposiciones, y por los que se piden 300.000 dólares, es una broma de mal gusto. El coleccionista que se cree su propia mentira es un ser ridículo.

    Usted abrió una casa de subastas… Yo vendo arte en subastas y tengo una casa de subastas, por eso no puedo participar en Art Basel. Eso sí, mis subastas son ventas “comisariadas”. No expongo a un artista comercial porque vaya a venderse. No cuelgo mil cuadros, sino sólo un centenar y de autores cuyo precio sé que no va a desplomarse. No soy Sotheby’s ni Christie’s, la gente no le compra a una corporación, le compra a Gary Nader, y tengo que mantener mi ética y mi credibilidad. Si yo le vendo algo a un coleccionista que mañana no vale nada, mi prestigio está en entredicho.

    También montó una feria de arte. Se llamó Contemporanea y fue una respuesta a Art Basel Miami en 2001. Sam Keller me llamó y me preguntó: “Gary, ¿hacemos la feria o no?”. Acababan de producirse los atentados del 11-S. Yo le dije: “Sam, los artistas no van a enviar sus obras, ni tampoco los museos y las galerías. Tu primera edición va a ser un fiasco. Debes cancelarlo porque estamos en octubre y el mundo se ha detenido.” Sam objetó que ya lo habían anunciado en todos los periódicos y que las galerías estaban listas. Le advertí que la gente tendría miedo a viajar. Basel Miami se pospuso un año. Cuando Sam volvió a llamarme me dijo que había decidido seguir mi consejo y que me agradecía el asesoramiento. Como ya sabía, me dijo que yo no podría participar en la feria de manera directa, pero que estaban abiertos a explorar otras vías de colaboración. Le pregunté por las galerías participantes y cuál fue mi sorpresa cuando vi que solo habían seleccionado una latinoamericana. Le dije que esto era un insulto pues Miami era la ciudad latinoamericana más importante del mundo. Él argumentó que era la única que había sido escogida por el comité de selección y que ahí no podía hacerse nada. Entonces le dije que yo procedería de la manera que creyera oportuna. Llamé a Agustín Arteaga, que había dirigido el Museo Tamayo de México y lo mandé por quince países latinoamericanos con una petición: “Tráeme 50 artistas latinoamericanos. Les voy a regalar un stand a cada uno para hacer una feria.” Alquilé el Convention Centre y para abreviar la historia, recibimos 11.000 visitantes y se vendieron obras por valor de 40 millones de dólares. Al año siguiente, Art Basel Miami tenía 25 galerías latinoamericanas.

    ¿Por qué no participa en Arco? No hago ferias porque a mi galería no le interesa. Las ferias son pasarelas de moda y si un galerista tiene a ese artista tan fabuloso al que todo el mundo desea, ¿por qué tiene que exhibirlo en una feria, si ya lo tiene todo vendido?. Ahora, sin embargo, empezaré a hacerlas para dar a conocer el museo porque son buenas plataformas de promoción. No quiero parecer pretencioso pero si he tenido éxito es porque trabajo de forma cabal. Cuando empecé en este negocio iba a Art Basel, a Fiac, a Tefaf y Arco. Allí podías ver y disfrutar. No era la locura actual de fiestas y champagne, del “yo compré esto, ¿qué compraste tú?”. ¿Cómo puede ser que en veinte años hayamos pasado de 6 o 7 ferias a 800?. ¿Sabe cuántos stand hay que llenar? Y hay que llenarlos con algo. ¿Qué hacen los galeristas? Exponen artistas irrelevantes e insostenibles. Si visitas los cuatro primeros pasillos de cualquiera de las mejores ferias verás arte maravilloso pero lo que está detrás es para salir corriendo. Todas exhiben la misma basura porque tienen que llenar los stands. ¿Cómo puede ser que en los diez últimos años hayan salido 50.000 artistas? Le sugiero que eche un vistazo al catálogo de Art Basel de hace diez años y compruebe que el 70-80% de los artistas emergentes que aparecían se han esfumado. Es algo que se puede verificar estadísticamente. Las ferias se han convertido en pura charlatanería de la que yo no quiero ser participe. Hay galerías importantes que acuden y exponen obras extraordinarias pero en un certamen no puede haber 300 stands, es ridículo.

    ¿Es el signo de los tiempos? Así es. Pero para que alguien sea capaz de apreciar el valor intrínseco de una obra de arte debe estar formado, por eso es primordial enseñar a los niños para que tengan su propio criterio. Yo he visitado quince apartamentos de jóvenes millonarios neoyorkinos y parece que se pusieron de acuerdo para comprar lo mismo. Todos tienen a los mismos artistas, no hay originalidad. Cuando un cliente me pregunta “¿qué me recomienda comprar Sr. Nader? Le digo que adquiera sólo una cosa, pero que le emocione. Uno no debe influir a la gente para que adquiera algo que no le gusta solo porque tiene un nombre o va a valer más en el futuro.

    Hay artistas convertidos en marcas. La historia se encargará de ponerlos en su sitio, aunque ni usted ni yo lleguemos a verlo. ¡Un Basquiat no puede valer lo mismo que un Van Gogh! Un famoso coleccionista declaró que las casas actuales combinan mejor con arte contemporáneo y moderno. ¿Cómo puede decirse semejante estupidez?. ¿Cómo puede ser que los artistas de la última década valgan más que los maestros del Renacimiento?. ¡Es demencial!.

    Jeff Koons vale más que Velázquez. Exacto, un Koons vale más que un Velázquez y ni siquiera lo hace él. El arte se ha convertido en un negocio. Y ¿sabe qué pasa?. La gente adinerada ha invertido su dinero en autores que carecen de valor histórico, pero van a proteger su inversión. Hay artistas actuales que sí valen lo que se paga por ellos, como Gerhard Richter. Pero esos que ponen tres palabras en un cuadro y piden 50 millones de dólares juegan con la ignorancia del público. Pero cada uno hace con su dinero lo que quiere.

    ¿Cómo influyen en esto los coleccionistas? Algunos han formado su colección comprando lo que les ha dicho su asesor y hacen museos con cosas que dan risa. Yo soy de la vieja guardia, quizá ellos estén en la nueva guardia y lo único que les interese sea ver nombres. Allá ellos. A mis hijos les he enseñado a que no me pregunten nunca el precio de un cuadro. Les traigo a la galería y les pido que me cuenten qué les gusta y por qué. Cuando quieren saber cuánto vale, les digo que es algo secundario. Yo tengo cuadros de 20.000 dólares mejores que otros que me costaron 300.000.

    ¿Qué artistas le han dejado más huella? Roberto Matta y Fernando Botero. El primero es, para mí, el artista más infravalorado del mundo. Es el pintor que influenció a los grandes maestros abstractos americanos y su valor de mercado es una ínfima parte que el de los otros. Esto es lo que estamos tratando de cambiar. Y el segundo es Botero, con quien mantengo una estrecha amistad desde hace veinte años. Ha tenido que pelear fuerte porque muchos críticos han desdeñado su obra.

    También es un renombrado coleccionista. Hizo una donación al Banco de la República de un millar de obras, la más grande que haya hecho nunca un latinoamericano. Yo le acompañé en la ceremonia de entrega, con el presidente de Colombia, y le pregunté: “Maestro, ¿por qué dona ésta colección? Ahí hay cientos de millones de dólares”. Su respuesta me dejó sin palabras: “Porque si haces una donación y no te duele no es una donación.” Es cierto. Si haces una donación de 500.000 dólares a un hospital pero en tu cuenta sigues teniendo billones, entonces, no significa nada. Más tarde, hablando sobre la donación, me confesó: “¿Sabes lo más doloroso? No es el aspecto económico. Es haber convivido décadas con estas obras maravillosas
    y ahora tener las paredes vacías”. Espero que el Miami Dade College entienda que la donación de nuestra colección familiar es el resultado de una pasión, algo que tiene que ver con los sentimientos. Deshacerse de estas obras por el placer de compartirlas con los demás es una sensación inigualable.

    Gary Nader

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