El silenciamiento del que han sido objeto las mujeres a lo largo de la historia, el impacto del canon corporal o el tabú de la enfermedad son algunas de las líneas que atraviesan el trabajo de Marina Vargas (Granada, 1980) cuya práctica artística no puede desligarse del activismo feminista pues, como explica, “el arte no puede quedarse sólo en un objeto”. Vargas ha sido la única artista española seleccionada por el National Museum of Women in the Arts de Washington gracias a su escultura Intra-Venus, un valiente y a la vez conmovedor autorretrato después de sufrir una mastectomía. Su último proyecto es Revelaciones, una exposición en el Museo Thyssen-Bornemisza comisariada por Semíramis González, en la que visibiliza las aportaciones y el legado de las mujeres, acallado durante siglos, especialmente en el terreno de lo sagrado y lo espiritual. Con María Magdalena como eje principal, propone un relato protagonizado por otras figuras femeninas que fueron relegadas en los ámbitos artísticos, culturales y religiosos, entremezclándolas con palabras, lecturas del tarot y otros medios de interpretación que forman parte de su propio universo creativo y su biografía personal.
¿Cómo fue su primer contacto con el arte? Llegué de una forma muy intimista porque en mi familia más cercana no tenía ningún referente artístico. De pequeña tuve un accidente de coche y durante dos años, con una movilidad muy reducida, estuve dibujando y pintando y descubrí que podía expresarme a través de la imagen y tener conversaciones interiores, algo que se convirtió en una necesidad, y luego estudié Bellas Artes en la Universidad de Granada.
Me parece impresionante su escultura Intra-Venus. Siguiendo con el hecho de que mi necesidad del arte surgió de un accidente, continué por ese camino cuando me diagnosticaron cáncer de mama, pocos meses antes de la crisis del Covid. Así que me tocó vivir la enfermedad en pandemia, aislada y encerrada, un doble encierro. Necesitaba confidentes y los busqué a través del arte. Empecé a leer a Audre Lorde, poeta feminista que escribió Los diarios del cáncer [1981] tras ser diagnosticada de cáncer de mama; a Jo Spence, fotógrafa también diagnosticada, y a Hannah Wilke, que visibilizó el cáncer de mama de su madre con toda una obra como su cuidadora y tristemente a ella le diagnosticaron un linfoma. Ahí me di cuenta de que en ese espacio de tiempo había mucho tabú todavía con respecto a la mujer y la enfermedad.
Mucho tabú. Sí, vi que no se había avanzado tanto. Por ejemplo, en muchos términos todavía hay referencias de las metáforas bélicas con la enfermedad, como escribió Susan Sontag en La enfermedad y sus metáforas [1978], cuando le diagnosticaron cáncer de mama. Sigue existiendo esta terminología del cáncer como una batalla de fe, o de términos de lucha, y frente a estas palabras bélicas, aparece la metáfora de la heroína. Eres una heroína, una guerrera, conceptos que alejan la enfermedad de la sociedad y que no ayudan a la paciente. Porque si eres una heroína, todo está bien. Tienes que sonreír y silenciarte. La enfermedad no solo afecta al cuerpo, sino también a lo profesional; hay muchas mujeres diagnosticadas de cáncer de mama que después no son contratadas por las empresas por miedo a la recidiva. España ha sido el último país europeo en aprobar la Ley del olvido oncológico, en 2024. Investigando, ves que todavía queda mucho por hacer, por rememorar y continuar esta genealogía de mujeres que en su momento dieron ese paso al frente. Ellas han sido mis acompañantes en un proceso tan duro como vivir un cáncer en plena pandemia… [Marga Perera. Foto © María Lamuy]