Dice que no es mujer de discurso (tiene pendiente el de su entrada en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando), que siempre se le dio mal escribir. Prefiere mirar. Su libro España oculta es un clásico que acaba de reeditarse 35 años después de su salida. Procesiones, rituales, liturgias, danzas, tradiciones. Ella sabía que quería fotografiar todo ese universo y dejarse de paisajes. Cristina García Rodero (Puertollano, Ciudad Real, 1949), cercana, presumida y de charla desbordante, es capaz de hacer milagros con un plástico. A las pruebas gráficas de Alfredo Arias, autor de ese milagro en la portada, me remito. Aborrece a las palomas “por abusonas y prepotentes con otros pájaros más pequeños” y le cuesta fotografiar el dolor. Su hermana le dice que no se le escapa ni una y la regaña con cariño: “No observes tanto”. Premio Nacional de Fotografía (1996), medalla de oro al Mérito en el Trabajo, y Premio Ortega y Gasset a la trayectoria profesional, ha cumplido cincuenta y tres años de carrera y acaba de volver de Tailandia con otros ojos.
¿Se podría repetir hoy España oculta? No, hoy no. Viví cosas muy positivas, como ser en muchos de los pueblos que visité, la primera reportera que aparecía por allí. Les extrañaba una barbaridad. Me preguntaban: “¿A visitar a la familia, verdad?” Tenía 23 años. Y viajaba en tren, en autobús. Menos en globo y submarino me he desplazado en todos los medios de transporte. Eran tiempos en los que apenas se conocía la figura del reportero, y menos si era mujer. Cuando les contaba que había recorrido 600 kilómetros para fotografiar una mascarada de invierno única en Europa, aunque para ellos era su fiesta de siempre, cotidiana, se extrañaban mucho. Se trabajaba con facilidad porque existía un espíritu de confianza y generosidad, te interesabas por ellos, por sus tradiciones, teníamos mucha intimidad con la gente, hospitalaria y acogedora y que te ponía un plato en su mesa para corresponder a ese interés tuyo. Ahora sería muy difícil porque donde antes estabas tu sola ahora puede haber media docena de autobuses, fotógrafos con cámaras, televisiones…, todos dispuestos a tomar una foto. España ha cambiado bastante, para bien, en muchos aspectos, pero en otros, para mal. Los libros de Julio Caro Baroja me abrieron la mente para entender lo que son nuestros ritos y fiestas, fueron mi primera escuela. El carnaval, sobre todo. Él no era tan viajero, pero fiesta a la que iba, fiesta que contaba. Todo en aquellas páginas estaba lleno de datos, era gustoso ver cómo trabajaba. Yo no era antropóloga, pero él me enseñó a trabajar en profundidad, con seriedad, a relacionar unas tradiciones con otras. Escucharle era un placer. Ante la falta de información me compraba todos aquellos libros que pudieran facilitarme un dato, aunque su calidad fuera discutible. Esa época de búsqueda resultó apasionante. Hablé muchísimo con las telefonistas, me ayudaron siempre y me pusieron en comunicación con todas aquellas personas que podían facilitarme algo de información, como las mayordomas, los sacerdotes o el tamborilero. Eran mañanas enteras al teléfono. Ahora todo es completamente diferente. Buscas en Google y encuentras todas las respuestas en un segundo. Yo me movía sola y no tenía que luchar contra un ejército de personas que graban un vídeo con su móvil.
¿Lo considera su mejor trabajo? No es el mejor, pero sí el que ha tenido mayor difusión y el que me ha dado a conocer. España oculta me marcó como persona, artista y reportera y definió mi vida. Me pedían que reeditara el libro y es lo que he hecho. Y España oculta ha vuelto a vivir. De la Fundación Juan March partió la idea de que, al cumplirse los cincuenta años que habían transcurrido desde que me dieron una beca en 1973 (y que me cambió la vida porque pasé de la pintura a la fotografía documental), por qué no reeditar este libro y para ello han contado con el Círculo de Bellas Artes, la Malagueta, el Museo de Arte Abstracto de Cuenca, la Fundación Juan March en Palma y el IVAM y han organizado una exposición itinerante cuya primera parada ha sido Madrid, por donde han pasado 50.000 personas este verano. Ahora, dentro de la itinerancia que la llevará a varios centros, se puede ver hasta enero del año que viene en Málaga en el Centro Cultural La Malagueta.
En aquellos 15 años llenos de viajes, ¿llegó a pasar momentos de miedo? Hubo algunos que me dieron miedo, muchos. Tengo vértigo a los espacios abiertos, a las alturas, y hace cincuenta años las carreteras no eran las que son hoy. Yo las llamaba carreteras asesinas, con unos baches tremendos, tan grandes que te desviaban el volante, mal señalizadas, mal asfaltadas, muy peligrosas. Pasar determinados puertos era angustioso. Cómo temblaba. Me he hecho fuerte, he tenido que aprender porque no me ha quedado más remedio. El hecho de ser mujer me ha perjudicado y beneficiado, aunque en muchas ocasiones lo he pasado mal y he tenido que salir corriendo… [Gema Pajares. Foto: Alfredo Arias]