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    Paula Bonet, despertar y reencuentro

    En la obra de Paula Bonet (Vila-Real, 1980) texto e imagen forman un todo. En 2021 publicó su novela más reciente, La anguila, y ese mismo año expuso en Valencia las pinturas que daban cuerpo a su libro. Ahora, presenta en el Museu Can Framis de la Fundació Vila Casas de Barcelona una revisión desde la distancia de estos tres años durante los cuales Bonet se metamorfosea en anguila, ese animal que muta para adaptarse al medio y sobrevivir. Su obra gira en torno al abuso, la violencia, el dolor, la pérdida, para llegar a la luz. Como escribe en el catálogo «… el cuerpo que fue abusado y violentado a través del sexo siente placer al tomar conciencia de sí mismo, por eso se erige en centro del relato. Miro, reflexiono y resignifico. Recupero los pinceles, la figuración y el deseo, y el relato muta conmigo. Mi cuerpo –sanguíneo, deseoso, poderoso por el simple hecho de existir– lleva en las telas todo lo necesario para mostrar, en estas paredes, el relato completo. No quiero desaparecer en mi pintura. Me encamino serena hacia la siguiente mutación».

    Júlia. Cortesía de la artista

    ¿Cómo fue su primer contacto con el arte? Creo que siempre ha estado presente en mi vida; tuve la suerte de tener el apoyo familiar que, viendo mis inquietudes, me apuntaban en academias. Recuerdo que de niña ocupaba toda la mesa del comedor pintando y a nadie le preocupaba que pudiera manchar los muebles. Hasta muchos años después no supe que mi bisabuelo había estudiado Bellas Artes y que tenía mucha habilidad para la talla, pero la guerra truncó su carrera y se dedicó a la industria del mueble; mi familia tenía una tienda de muebles muy grande en Vila-real, donde había pinturas y esculturas. La Gioconda y el Guernica me producían cierto desasosiego, empecé a relacionarme con el arte a través de reproducciones de grandes obras de arte. Más adelante, ver el Guernica al natural me impresionó enormemente y entendí muchas cosas porque no tenía nada que ver con las reproducciones que yo había visto de niña. Decidir matricularme en Bellas Artes podría haberse visto como una pulsión, pero en realidad fue algo muy profundo.

    Háblenos de la exposición Lo que la hace interesante es que es una revisión de la anterior y su relación con mi novela homónima, que es un viaje dantesco del infierno al paraíso, tratando diversos tipos de violencia, alguno de ellos muy próximo a mí; después de haber estado tanto tiempo escribiendo, quise reflexionar antes de pintar y en esta intención primera, quería explicar estas violencias en tres actos. La primera parte, que es el infierno, una parte muy oscura, trata las violencias obstétricas con el mandato social de las maternidades, tratando a las mujeres embarazadas como si estuvieran enfermas, además de las malformaciones, y la pregunta de por qué pasa todo eso. Es un tema muy complejo y yo quería abordar el hecho de que vivimos en un sistema en que nos falta información. Cuando yo me enfrenté a las malformaciones gestacionales y a los abortos involuntarios me di cuenta de que había información de la que no disponía porque el contexto nos aboca a ser seres desinformados y, por tanto, sin acceso al poder. Esta primera parte quise abordarla, a propósito de las malformaciones, deformando mi pintura. Tengo una manera de pintar muy académica y, aunque puedo liberarme del control, hay una parte de estructura que no abandono nunca, pero quise hacer desaparecer el ego y la formación académica y que el argumento de mi obra fuese la propia pintura. 

    ¿Deformación de la pintura como metáfora? La primera parte de la exposición aborda las malformaciones que acabamos de citar; quería llegar a amar la deformidad y encontrar alivio pintando sin respeto por la técnica, deformando la mancha con un pincel. En la segunda parte, que trata de las violencias, como acoso, manipulación, violación o abuso de poder, mi intención inicial de querer desaparecer en la obra, que me parece muy poética, ocurre en el paso de las pinturas oscuras a la luz. Esta etapa la he pintado con las manos sintiendo que la tela era como el cuerpo, pensando que estaba trabajando en una pintura muy abstracta y que nadie reconocería el referente; era como una manera de destruir la pintura porque sentía que para poder recuperar mi espacio más puro y privado tenía que fulminar, de una manera controlada, una manera de hacer que me habían impuesto, y en esta fase no respetaba ninguna norma técnica académica. La tercera parte, que es la que puede vincularse con la redención, era la más compleja de resolver, ¿cómo se pinta la luz más cegadora? Al querer borrar tanto la pintura, quedó totalmente blanca sin rastro de autoría. Cuando la pintura se confundía con la pared sentí que mi objetivo estaba resuelto y seguí pintando. Después de todo este proceso de liberación me he dado cuenta de que pintar es otra cosa y he recuperado la figuración, la materia y el placer de ser fiel a los procedimientos plásticos; la revisión para mí ha sido un despertar y un reencuentro… [Marga Perera. Foto: Raúl Marín]

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