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    Maribel Nazco, humanizar la materia

    Maribel Nazco (La Palma, 1938) se formó en la Escuela Superior de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife estudiando también en la madrileña Escuela de Bellas Artes de San Fernando. Sus inicios pictóricos están marcados por el colectivo Nuestro Arte, que protagoniza la actividad cultural de Tenerife entre 1963 y 1966. El crítico Eduardo Westerdahl presentaría, en 1969, su primera exposición individual. En la década de los setenta la artista canaria desarrolla una obra metálica y matérica que inaugura un notable horizonte de expectativas. En 1972 expone en la Sala Joven del Ateneo de Madrid y en la Sala Conca de La Laguna y, en 1973, participa en el Homenaje a Millares de la Galería Juana Mordó. En el Madrid de 1974 la galería de arte Ramón Durán presenta una muestra de su obra metálica, y su propuesta recibe los elogios de la crítica especializada. Carlos Areán, director del Museo Español de Arte Contemporáneo la incorpora a la esculto-pintura española, y el crítico Gillo Dorfles incluye su nombre en la revisión de su monografía Últimas tendencias del arte de hoy. En 1975 expone en la catalana galería Sarrió (1975) y en la bilbaína Aritza. Y en 1977 vuelve a Madrid para presentarse en el Centro Difusor de Arte, Kandinsky. Este mismo año, Eduardo Westerdahl publica la monografía M. Nazco para la Colección de Artistas Españoles Contemporáneos. A partir de 1985 abandona los metales para dedicarse exclusivamente a la pintura. En 1989 obtiene la Cátedra en Procedimientos y Técnicas Pictóricas en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de La Laguna, en donde asume varios cargos de responsabilidad, dirigiendo el decanato durante casi veinte años. La suya ha sido una de las aventuras creativas de mayor alcance de su generación. En 2021 fue distinguida con el Premio Canarias de Bellas Artes, y este mes ha recibido el Premio de Cultura otorgado por la Comunidad de Madrid tras su paso por la Galería José de la Mano con la exposición Sensualidad abstracta [años 70].  

    Ahora que acaba de recibir el Premio de Cultura de la Comunidad de Madrid en la modalidad de Artes Plásticas, no estaría de más recordar su primera exposición madrileña, en la Sala Prado del Ateneo. El crítico Fernando Delgado destacó entonces el “lirismo poco frecuente” de su pintura subrayando además, que en aquella exposición iniciaba “una nueva andadura llena de sorpresas” para la que, decía, tenía “sobradas cualidades de mujer intrépida”. ¿Qué recuerda de aquella exposición? Tengo muy buenos recuerdos. Presenté algunos collages metálicos y varias tablas de componentes matéricos. Aquella sala joven del Ateneo era entonces un espacio dedicado a dar visibilidad a nuevas voces del arte contemporáneo español. Le debo aquella exposición al crítico Eduardo Westerdahl, gran amigo y auténtico entusiasta de mi obra desde el principio, que escribió el texto del catálogo. Yo estaba experimentando con fibras vegetales, colas y otros materiales que, sinceramente, han aguantado bastante bien el paso de los años, pero desconocía por completo hacia dónde me dirigía. Era una experimentación en el pleno sentido de la palabra. Yo había vivido en Madrid a finales de los años cincuenta, pues estudié en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando y tuve la suerte de recibir clases de Eduardo Chicharro Briones, de Enrique Lafuente Ferrari y también del pintor de origen palmero Gregorio Toledo; aunque no me quedé en la capital sino que regresé a Canarias. La exposición del Ateneo me permitió revivir mis años de estudiante en Madrid, momentos compartidos con algunos compañeros de mi generación, como Isabel Quintanilla, con quien pasé días muy divertidos en las aulas y fuera de ellas también. 

    Fernando Delgado acababa su artículo llamándola “tímida guerrillera en la constante batalla de la creación artística” La creación plantea siempre un conflicto. Tal vez Fernando quisiera referirse a eso. Ese conflicto siempre por resolver es lo que me mantiene viva. Necesito del trabajo. Creo en la disciplina, en el conocimiento y en el oficio, y no tanto en lo que se ha llamado autodidactismo o talento, sin ese tamiz tan necesario que aporta el esfuerzo. Esa tensión que plantea siempre ponerse delante del lienzo en blanco es lo que mantiene vivo mi cuerpo, y mi mente despierta. Parezco una estudiante, a mis 86 años, anotando cosas en un cuaderno; cosas que tal vez puedan servirme luego en el estudio. Nunca debemos perder esa ilusión o pulsión creativas; llámalo, si quieres, “conflicto”. Fernando fue siempre muy generoso conmigo y una persona excepcional. 

    Julio Trenas escribió entonces en La Vanguardia, en su artículo Del fuego volcánico a la frialdad lunar, que usted se revelaba como “una de las más importantes artistas del archipiélago canario”, y destacaba cierta pulsión geológica en su obra Seguramente lo decía porque la naturaleza es violenta por definición. Una violencia que se manifiesta con toda su belleza y, al mismo tiempo, erotismo. Puede que mi obra conserve, como mi carácter, algo de ese brío. Domingo Pérez Minik me decía que era excesivamente “selvática”. La contemplación de las montañas de mi infancia, las del Valle de Aridane, fueron desde pequeña una de las primeras lecciones de la mirada. Siempre me consideraron una niña rara, que miraba a las nubes, que tenía una manera particular de estar en el mundo. 

    Hábleme de la exposición que celebró en 1974 en la galería madrileña de Ramón Durán. Se conservan varias fotografías de Mariano Ferre donde la vemos posar junto a collages metálicos de grandes dimensiones Recuerdo bien que la directora de la galería, Amparo Martí, se desplazó a Tenerife para ver mi obra y quedó entusiasmada con la idea de hacer una exposición. Ramón Durán, que era joyero, quiso conocerme porque estaba sorprendido de la calidad de los brillos de mis collages metálicos. Amparo Martí tenía un gran olfato como galerista. Había dirigido la galería Neblí, todo un mito en los años sesenta. Era de esos personajes que hoy pasan desapercibidos y casi nadie recuerda, pero fundamentales para las artes de aquellos años. De la exposición, recuerdo especialmente que la prensa fue muy generosa conmigo. Era un momento en el que estaba trabajando muy duro y poco a poco mi obra se fue depurando, simplificando y erotizando. En ese momento sentí la necesidad de realizar grandes formatos, y hoy, al ver esas fotografías, me quedo impresionada de la fuerza y la perseverancia que debí haber tenido entonces. Normalmente viajaba a Madrid con Maud Westerdahl, una mujer igualmente excepcional, muy importante en mi carrera como artista. En aquellos metales adoptaba formas inspiradas en cerebros, cráneos u otros órganos humanos que me atraían por su perfección, y donde las formas abstractas se entremezclaban con las figurativas. 

    En los últimos tiempos se habla sobre el concepto de “edadismo”; es decir, la ausencia de muchos artistas que, por razones de avanzada edad, dejan de tener protagonismo en los centros de arte, normalmente volcados en proyectos actuales La verdad es que yo siempre he pintado sin atender a mi edad. Lo actual es un concepto relativo; en lo que tiene que ver con la obra, se puede ser viejo pero emergente, y también al revés. [Isidro Hernández Gutiérrez. Foto: Alfredo Arias]

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