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    Prudencio Irazábal, en ausencia de límites

    No recuerdo exactamente la primera vez que me puse delante de un cuadro de Prudencio Irazábal. Lo que sí puedo asegurar es que desde aquellos encuentros como espectadora más o menos familiarizada con el arte contemporáneo hasta este otro momento en el que he tenido la oportunidad de conocer e indagar con mayor profundidad el sentido cognitivo y sensorial de esta pintura, entendida como “sustancia generativa del color” (según la define Mariano Mayer), la atracción inicial  hacia  su obra ha derivado en asombro e incluso en cierto arrobamiento sin tiempo (si se me permite la expresión cursi). Algo así como la “beatitud apacible e inmóvil, contraria a todo sentimiento tumultuoso o remolinante”, que expresara Baudelaire en sus Paraísos Artificiales. Prudencio Irazábal (Puentelarrá, Álava, 1954) es uno de los pintores españoles más internacionales. Ha desarrollado buena parte de su carrera profesional en Estados Unidos, siendo uno de los artistas extranjeros más expuestos y valorados en aquel país. Actualmente vive y trabaja en Madrid, aunque continúa viajando con asiduidad. Desde 2004 expone regularmente en la galería Helga de Alvear de Madrid, cuyo museo de Cáceres también ha adquirido obra suya, además de estar representado en el Museo Reina Sofía de Madrid, el Artium Museoa de Vitoria, el Museo Patio Herreriano de Valladolid, o en la Colección Banco de España, entre otras instituciones. Estos días el MUSAC de León alberga la muestra Contradistancia, comisariada por Mariano Mayer, que se apoya en veintinueve pinturas realizadas entre 1995 y 2024 que recapitulan sus investigaciones en torno a la creación de la luz.

    ¿Esta amplia exposición en el MUSAC tiene especial relevancia en su carrera? Las exposiciones en museos son fundamentales porque te permiten abordar un tipo de espacios de enorme envergadura como este, que exige planteamientos muy distintos a los que se manejan en las galerías. Hay varios factores que hacen relevante esta muestra. Uno es la oportunidad de reunir obras de tres períodos distintos que van estableciendo puentes con otras en función de la instalación y su situación en las salas. Luego está el propio carácter de la instalación y la conjunción de pinturas y espacio en un marco temporal concreto, que la hacen irrepetible.

    ¿El hecho de que presente obras de los años 90 junto a las más recientes implica una revisión hacia atrás? Sin seguir el planteamiento lineal de una retrospectiva o un repaso cronológico por etapas, se trata de una mirada necesaria a lo hecho a lo largo de 30 años desde contextos que unifican. Sobre todo, hay un intenso trabajo de dos años junto al comisario Mariano Mayer hasta crear una exposición para un lugar tan singular como es el MUSAC. Instintivamente desde mi primera visita al museo en 2022, busqué fuentes de luz natural porque es la que mejor permite leer mis cuadros. Pedí que abrieran unos grandes ventanales que hay en las cabeceras de las naves, a una altura de 19 metros. Así todo empezó a funcionar con fluidez, la ubicación de cada cuadro, las conexiones entre ellos, los vacíos y llenos, la decisión de dejar el espacio de las dos salas diáfano. Estoy muy satisfecho con el resultado final.

    ¿El título, Contradistancia, podría ser una negación del plano tradicional de la pintura, un acercamiento distinto al objeto-cuadro? Juego con la negación y la reafirmación de la distancia a través de conceptos opuestos. Es difícil dar con un título que no cierre el significado de la obra, por eso una de las vías utilizadas en arte, filosofía o literatura es la paradoja, porque a menudo aclara mejor lo que se quiere decir. Quería un título en castellano y partí de otro que introducía la exposición de 2015, titulada The Distance Within, otra paradoja con un sentido similar al término Contradistancia. Recoge mi interés en hacer una apuesta por la aparente contradicción que se da entre la extensión propia de la pintura y aquello que permanece cargado de energía por debajo de esa piel o capa superior.

    Alguna vez ha comparado su pintura con un “ritmo de respiración”, por su poder visual expansivo y contractivo… Uno de los objetivos de la pintura desde sus orígenes ha sido conseguir la sensación de movimiento a partir de la imagen fija representada. Esa aspiración de dinamismo es un elemento indispensable para mí y se traduce en un tipo de profundidad espacial a través de la cual el ojo móvil, desde su distancia, penetra los distintos estratos de pintura. Lograr movimiento implica eliminar o suavizar los contornos marcados y provocar fluctuaciones a través de relaciones de color, que crean una cierta ambigüedad porque no sabes muy bien de dónde vienen. Los movimientos levemente perceptibles del cuerpo, como la respiración, tienen que ver con ese dinamismo que hay en mi pintura… [Amalia García Rubí. Foto: Alfredo Arias]

      

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